AYER SE CUMPLIERON 30 AÑOS DEL HUNDIMIENTO DEL CRUCERO ARA “GENERAL BELGRANO”
Memoria, lo que el mar no se llevó
A tres décadas del acontecimiento, ayer volvieron a escucharse los testimonios de algunos de los sobrevivientes que viven en la zona. Todos, de una forma u otra, mantienen vivo el recuerdo de los 323 argentinos que perdieron su vida en este episodio ocurrido en plena guerra por la recuperación de las Islas Malvinas.
“Tengo dos recuerdos del ‘Belgrano’: el del cabo segundo Molina, que antes de zarpar me dijo que, de una manera u otra, el crucero iba a volver como un héroe; y la sensación luego de dejar Puerto Madryn, en el puente de comando, viendo las tres torres, la proa y el mar que se extendía adelante, pensando ‘mirá dónde estamos’ y viajando hacia una tormenta oscura en medio del océano. En ese momento me di cuenta de que estaba yendo a la guerra”.
“Ver hundirse al Belgrano fue como ver caer tu casa”
La historia del radarista Villairense Roberto Grill con el crucero ARA “General Belgrano” comienza en 1981, cuando fue destinado a cumplir tareas en la embarcación; continúa mientras la proa del buque se perdía en las aguas del Atlántico; y sigue aún hoy, a 30 años del momento en que el submarino británico HMS “Conqueror” disparara dos torpedos que provocarían la muerte de 323 de los 1.093 tripulantes del buque insignia argentino.
A las 16.01 del 2 de mayo de 1982, unas dos semanas después de la partida del crucero desde Puerto Belgrano, el primer impacto encontró a Grill en su puesto, en el puente de comando.
“Recuerdo una explosión tremenda, y sentir cómo se movía el buque, que se desplazó unos 50 metros y se escoró. No tenía idea qué había pasado, porque en los radares no había nada a la vista.
“En ese momento se dijo que nos había golpeado un torpedo en la banda de babor, nos enviaron a puestos de combate y nos encontramos con que no había nada contra qué pelear, porque no veíamos a nadie. Nos quedamos sin energía eléctrica, y llegó el segundo torpedo”, rememora.
Ese impacto “hizo volar la cadena del ancla como si fuera una cadenita de las que se usan en el cuello”. El ancla quedaría sobre una chapa de la proa, para más tarde volver a caer cuando el buque se hundía, aunque esta vez sobre una balsa de salvataje, matando a unas 20 personas.
“Corrimos bajando cubiertas, tratando de sacar a la gente que podíamos, heridos, quemados, acercándolos a las balsas. Ya no había jerarquías entre nosotros”, dice Grill.
Con la proa comprometida, la orden fue mantener a flote el buque y rescatar a los heridos; pocos minutos después, cuando el hundimiento era ya inevitable, llegó el momento de abandonar la nave. Antes de las 17, 50 minutos después del primer torpedo, el recuerdo del “Belgrano” sólo era una inmensa mancha de aceite en la superficie del mar.
“Es una sensación de impotencia. Ver hundirse al ‘Belgrano’ fue lo mismo que ver cómo se cae la propia casa, sobre todo porque lo hundieron sin que pudiéramos defenderlo.
“Mientras iba desapareciendo, todos estábamos mirando, como esperando una mano mágica que lo dejara en ese lugar y pudiéramos volver. El buque se escoró, se acostó, se hundió de popa y fue perdiéndose de a poco hasta que sólo quedó un pedazo de la proa y se perdió en el mar. No fue un momento fácil; lloramos, gritamos ‘¡Viva el Belgrano!’, pero no había opciones ni vuelta atrás”, recuerda.
A partir de ese momento sólo quedaba la dura tarea de sobrevivir a pesar de los 100 kilómetros por hora de velocidad de viento; una sensación térmica cercana a los -20ºC, una llovizna constante y olas de hasta 15 metros de altura.
“No vimos los destructores (“Piedra Buena” y “Bouchard”) yéndose, porque no tuvimos tiempo. Y a la altura del mar, las olas no permitían ver el horizonte. En realidad, nuestra única preocupación era que volvieran a rescatarnos”, cuenta.
“Hubo momentos de miedo, de risa y de llanto, de darnos cuenta que no podíamos decir ‘no juego más’. Creo que tuvimos a favor que, con 18 años, muchas cosas ni siquiera las pensamos. Siempre estuvo la incertidumbre de no saber si venían a rescatarnos o si la balsa iba a aguantar. Y yo pensaba que no quería morir tan joven.
“Estando en la balsa me di cuenta que nunca le había dicho a mi vieja que la quería; y supe que no podía irme sin decírselo. Entonces, la imagen de mi madre y de mi familia fue una de las cosas que más fuerza me dio para seguir adelante. Por supuesto, decirle que la quería fue lo primero que le dije cuando llegué a Villa Iris”, agrega.
Por esas latitudes las noches son más que largas, entre las 18 de un día y las 9 del siguiente, sobre todo en una pequeña embarcación inflable en la que constantemente entraban chorros de agua, y a 380 kilómetros de la tierra más cercana. Las provisiones estaban vencidas, pero igual se fueron racionando; la balsa se pinchó a las ocho horas, y hasta el momento del rescate debieron inflarla en forma constante.
“El día 4, a las 3 de la mañana, nos encontró el aviso ‘Gurruchaga’, después de 32 horas de estar a la deriva. Si bien era la más chiquita, a la postre fue la embarcación que más náufragos rescató, con 380 personas. Como no había lugar para todos, sus tripulantes –que estaban secos– iban afuera para que nosotros pudiéramos estar adentro, calentitos”, cuenta.
Grill y el resto de los sobrevivientes fueron transportados a Ushuaia, desde ahí a Río Grande y luego a Puerto Belgrano. Estuvo de licencia hasta el 18, y lo volvieron a enviar a Ushuaia.
“Quería regresar; hoy todavía quiero tomarme la revancha. Quedó una sensación de impotencia, de no poder hacer nada, porque se terminó todo sin poder combatir; no hubo un mano a mano.
“Los que estuvimos en el ‘Belgrano’ lo queremos mucho. Allí, a 4 mil metros, quedó la ingenuidad, la esencia de la juventud, el alma de su última tripulación. Creo que en ese momento no imaginábamos la gravedad ni las consecuencias. No sabíamos que podía pasar algo así. En realidad, no teníamos idea qué era la guerra, ni las crueldades que se viven en ella”, concluye Grill.
(La Nueva)