Natalia Alza es oriunda de Jacinto Aráuz y acaba de llegar de la ciudad de Graz, en Austria, donde logró realizar investigaciones en el área de química orgánica gracias a una beca obtenida a través del programa Erasmus Mundus.
 “Busqué una universidad europea acorde con lo que estoy investigando en el área de química orgánica, presenté mis antecedentes junto con un proyecto a un director de allá y tuve la suerte de ser seleccionada”, comenta la farmacéutica, de 27 años.
La beca fue por seis meses y le permitió trabajar en la búsqueda de drogas o líderes de drogas a partir de fuentes naturales –en este caso, plantas– como potenciales componentes para antiinflamatorios.
“En particular investigué una sola planta, de la zona de Sierra de la Ventana, de la que si bien se pudieron sacar buenos antiinflamatorios son citotóxicos”, dijo.
Definió la experiencia como “súper positiva” desde el punto de vista profesional y comentó que le resultó muy útil para formarse en su área.
También mencionó la riqueza propia del intercambio cultural que le permitió conocer gente “con otra filosofía totalmente diferente” y poner en práctica otro idioma.
“Había estudiado inglés, pero nunca lo había tenido que usar tan intensamente. Apliqué los conocimientos aprendidos con mi profesora, Alicia, y gané en fluidez”, explicó.
Indicó que la beca le proporcionó una mensualidad que le alcanzó para subsistir junto a su esposo, Jorge Rivoir, quien renunció a su empleo para acompañarla en este desafío.
 “Jorge me acompañó organizando la vida diaria, viendo los viajes que podíamos hacer; de hecho viajamos bastante. Roma, París, Zurich, Venecia, Praga, Budapest, y dentro de Austria; Viena y Salzburgo”, contó.
Su estadía en esta ciudad coincidió con la de otros tres becados oriundos de Bahía Blanca: dos del departamento de Geografía y una mujer del área de Geología.
 “Aunque no pasamos todo el tiempo juntos encontrarnos con gente del mismo origen nos llevó a crear lazos muy fuertes”, comentó.
Con sus familias araucenses se comunicaron a través de Internet, lo que acortaba las distancias.
“Nos hacía sentir cerca estando tan lejos. Cuando llegamos les decíamos: `¡Qué bueno verles las piernas!’, porque por la camarita solo veíamos caras”, expresó.
 Ya de regreso al país, aspira a –una vez finalizado el doctorado– poder continuar en el área de la investigación.
“Mi idea es aplicar en mi país todo lo aprendido”, remató.

Los pormenores de un intercambio
“Graz es una ciudad hermosa, no muy grande, declarada como patrimonio de la humanidad por su gran cantidad de edificios muy viejos pero muy bien conservados, pintados, limpios, todo muy cuidado”, dijo Alza.
Sin embargo, lejos de su familia y en un contexto muy distinto al de su país, no todo fue sencillo para la profesional y su esposo.
“En general, el austríaco es muy amable y te ayuda cuando necesitás, pero en el trato directo son muy diferentes. Cuando me presentaron en el laboratorio a varias chicas que trabajaban allí, de mi misma edad, me saludaron con la mano. Nosotros estamos acostumbrados al beso y al abrazo. Ese trato distante duró un par de meses, luego comenzó a ser más fluido”, aseguró.
 “Yo trabajaba con otra mujer que nos invitó a cenar para Navidad ¡Era nuestra primer Navidad lejos de casa!”, exclamó.
En cuanto a la comida, refirió que la carne vacuna era muy cara y muy distinta a la que estamos acostumbrados en la Argentina, con lo cual prescindieron de ella durante casi toda la estadía. En cambio, se alimentaron a base de pollo y verduras ya que –comentó– allí se consume mucho cerdo, pollo y pavo.
(La Nueva)