Editorial Voces presentará el libro de cuentos “Historias personales”, del poeta y narrador pampeano Guillermo Herzel. El volumen contiene 42 relatos breves. Un estudio crítico sobre esa obra, como adelanto.
Con las primeras páginas de este libro se comienza a percibir que los pequeños relatos que lo componen, aunque autónomos, integran un orden más vasto, que los articula y les confiere un sentido que los lleva por un cauce común. De a poco comienzan a engarzarse, a confirmar tendencias; se atizan los contrastes; los símbolos, esbozados en el inicio, van encontrando su perfil, todo a semejanza de las sucesivas capas que el pintor deja sobre la tela de su cuadro. Así van apareciendo las múltiples caras de la existencia, desde la relación con el otro y la naturaleza, hasta la voluntad de tomar partido en esa pugna que viene desde que la civilización existe.
El cuento breve o microrrelato que emplea Guillermo Herzel tiene tanta antigüedad como vigencia. Accesible a las más diversas temáticas, requiere a la vez la capacidad para reducir la materia a lo esencial y para interactuar con los conocimientos del lector. Admite posibilidades que no tiene el cuento clásico, y por eso mismo, aunque suene paradójico, se puede comparar con la novela ya que el grado de contacto con otros géneros suele ser mayor. La economía de recursos permite instalar rápidamente el asunto en el centro de la escena. Con muy pocos trazos se caracterizan el marco y los personajes, se concentra la tensión narrativa en la superficie de la historia o en el subtexto.
Homogéneo.
Aunque diversos por las situaciones y las circunstancias, estos relatos pueden leerse como un conjunto que debe su homogeneidad al hecho de que forman parte de una visión del mundo que remite a un yo social, colectivo, omnipresente. Tan intensa es esa relación, tan fuerte es la trama de ese mundo, que lo que afecta a un personaje o a la naturaleza, afecta a todos y viceversa, para bien o para mal.
Guillermo Herzel es un cuentista, pero por sobre todo es un poeta; y su temperamento poético marca con frecuencia el tono del relato, que se arremansa, se crispa o acongoja, se llena de luz o de sombras, siempre a la par de las vibraciones del espíritu de un narrador que por momentos deviene en sujeto lírico. La frase breve, reducida a veces a la expresión de dos o tres palabras, acompaña el pulso exaltado frente al egoísmo representado por el dólar, se torna cadenciosa ante la contemplación del mar, o se vuelve austera como una noticia en el episodio del soldadito venezolano.
Diversidad.
En algunos textos, la trama narrativa se repliega casi hasta desaparecer; los hechos se desplazan a un segundo plano y requieren a menudo de un lector capaz de contextualizar la historia a partir de unos pocos datos. En otros, al influjo de la emoción se diluye la distancia entre el narrador y la materia, la anáfora no solo aporta énfasis sino que permite que las partes de la estructura se organicen como un poema en prosa.
Si en el aspecto formal la diversidad es evidente, en el temático se reduce hasta sintetizarse casi en una sola palabra: justicia, que es como decir plenitud de la vida, comunión, armonía. Domina claramente ese campo conceptual, que es también un campo ideológico.
Más que la aspiración de comprender las claves de la existencia, en estos relatos se expresa una manera de actuar frente a la realidad. No hay enigmas, nada que desentrañar, ni siquiera en el plano de lo extraño o sobrenatural, que cuando aparece es motivo de respeto o es atenuado por el humor o la fina ironía. El significado profundo opera de manera natural en la conciencia del lector, que comprende que esos hechos cuentan con una resonancia que los precede y los continúa. La narración de la experiencia vital, propia o ajena, de carácter ficcional o empírico, sirve en última instancia para construir una realidad superior, una esfera espiritual esencial para posicionarse de cara al mundo.
Paso de la vida.
De esta conjunción de existencia y compromiso nacen estas “Historias personales”. No de una planificación sino del paso de la vida, se han ido acopiando naturalmente. Por eso atraviesan el tiempo y el espacio, regresan a la niñez del narrador o a la conquista de América, se trasladan a la frontera entre México y Estados Unidos, o se proyectan con ojo crítico a la civilización del futuro. Ese mundo que ha sido intuido en varias escalas, que va de lo sensible a lo inmediato, de lo imaginado a lo inferido, regresa en la escritura para reordenarse como una realidad trascendente.
Pero es una visión que no abarca solamente a los hombres, contempla también a los demás seres y fuerzas de la naturaleza, que a menudo se personifican e influyen en el mundo de los humanos. Así, por ejemplo, las ballenas entablan alianzas con fuerzas telúricas, el volcán Colima se rebela contra los colonizadores, la palabra “tierra” ya no sólo nombra al planeta sino a la Madre de Todos. Hay una búsqueda del equilibrio original, que se sustenta en la visión ética que reside en la base de todo pensamiento mágico, por eso los antiguos rituales renuevan su vigor, los muertos se reencuentran con los vivos y un viejo relojero regresa de la muerte para ajustar la hora de sus relojes fantasmas.
Condición humana.
Esa mirada intensamente humana implica la capacidad de percibir lo que siente ese otro, individual o colectivo, y todo lo que constituye el cosmos entendido como devenir y como conciencia de ese devenir. Brota una actitud que es más amplia que la simple empatía; el sujeto de la enunciación, protagonista, testigo o narrador externo, se reconoce fuertemente integrado a ese cosmos. Las historias personales, en última instancia, son las historias de todos, con lo que se le asigna a la literatura una profunda identificación con los valores de la comunidad.
Son señales de la condición humana. Gestos que han sido rescatados entre la multitud de los gestos cotidianos, la vida que se mira aunque más no sea “al través de la ventana”, como en el poema de León Felipe. Personajes en tránsito, como tantos; pero que actúan cuando deben actuar; con los hechos, la palabra, la esperanza. No miran hacia otro lado ni los gana la indiferencia: el imperativo de ser dignos los caracteriza.
Hay tanta dignidad en las mujeres del burdel de San Julián cuando rechazan a los que han fusilado a los peones en la Patagonia, es tan conmovedor su coraje, que se ubican en un nivel ético superior. Esa decisión, que surge en un ambiente sórdido, donde por lo general nada se espera, las redime y las sublima, como a aquella prostituta del cuento de Mauppassant, que termina dándoles una lección de patriotismo a un grupo de damas y caballeros burgueses.
Diálogo intenso.
Herzel propone siempre un diálogo intenso, ferviente, que no margina a nadie. Suele afirmarse que los textos dialogan; es más acertado decir, como siempre se ha dicho, que los hombres dialogan. Y si se trata de usar lenguaje figurado, siempre será preferible la metáfora de Hölderlin: “Desde que los dioses nos dieron la palabra, los hombres somos un diálogo”. La palabra es un instrumento; el verdadero núcleo de gravedad reside en el conocimiento de mundo que transmite el autor, que es lo que nos pone en rápida sintonía con sus textos. Pero es un conocimiento que va más allá de lo fáctico, tiene sus raíces en una cultura que irradia, moviliza asociaciones y permite multiplicar lecturas.
La presencia de otros textos, antes que el empleo de un recurso, debe interpretarse como parte de la dinámica de la construcción del mundo representado. Esos contactos aparecen de muy diversas maneras, desde simples epígrafes o dedicatorias hasta alusiones. Si bien los niveles de lectura dependen de cada lector, siempre será mérito del autor ponerlos, como lo hace Herzel, a disposición de todos.
El diálogo se constituye en un factor esencial para recuperar el equilibrio del cosmos. Sólo a través de él puede saberse que la gesta que iniciaron los próceres aún no ha concluido; que los ideales y los símbolos revolucionarios suelen ser desvirtuados; que el hombre puede reencontrarse consigo mismo, que es como decir con los otros; que los demás seres y elementos de la naturaleza, que han preservado la memoria de la armonía original, cuentan con la sabiduría y están facultados para establecer límites, y por eso, también, cuando castigan las conductas destructivas del hombre, aleccionan.
Visión ética.
Esa visión ética del mundo, que se expresa en el rescate de lo que enaltece y en la denuncia de la mezquindad, lejos está de ser una presentación estereotipada de las cosas. Al contrario, los personajes y sus situaciones se muestran tan creíbles como vívidos. La mujer del rostro indígena o el alfarero de las cumbres son profundamente humanos, no por sus desdichas; lo son porque su actitud es íntegra, aunque se manifieste apenas en el gesto, el silencio o el abrazo.
Donde el común de la gente ve lo habitual, lo de todos los días, Herzel encuentra lo que hay de trascendente en lo humano; más que un cronista de emociones y realidades, es un hombre atento al paso de la vida. Aunque es frecuente diferenciar entre autor y sujeto de la enunciación, en su obra es difícil, por no decir imposible, disociar una voz de la otra. Por su manera de entender la finalidad de la expresión artística, su obra está íntimamente ligada con lo que ha asumido como una responsabilidad social y humana.
Desdichas.
En el último cuento del libro, el protagonista, un escritor en pleno proceso de creación, enumera las desdichas de una comunidad nativa devastada por la indiferencia social. Aspira a que su relato, que pretende conciso y efectivo, sea a la vez un llamado a la conciencia de todos. De pronto, sospecha que ha exagerado y borra todo lo escrito, a excepción de cinco palabras: “En el país de Félix”. A partir de allí reinicia su tarea. El lector sabe que la historia habrá de repetirse porque las condiciones del mundo no han variado, pero sabe también que estará latente la posibilidad de componer el rumbo. En esta metáfora, como en ninguna otra, se sintetiza el corazón de la literatura de Guillermo Herzel.
Marcelo Cordero
PROFESOR de Letras
(La Arena)