Cuento: Angélica de los dos Cabildos.

Próximo ya el 25 de mayo, el escritor local Guillermo Herzel nos envía éste cuento escrito a mediados de los `90, cuando las épocas del “salvese quien pueda“.

Lo compartimos con nuestros lectores:

¡Qué este bicentenario nos ayude a recuperar la voluntad revolucionaria de Moreno, Belgrano, Castelli y todos los patriotas que se nos adelantaron con los sueños!

                     Guillermo Herzel – Guatraché

DESDE HACE SEIS DÍAS, UNOS CINCUENTA DESALOJADOS PERMANECEN EN EL CABILDO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES

( Titular del Diario “La Arena”. Santa Rosa, miércoles 7 de diciembre de 1994.)
  
Angélica de los dos Cabildos  

Guillermo Herzel – 2009

La de este miércoles, 7 de diciembre de 1994, fue la sexta noche que los anchos muros insurrectos del Cabildo de la ciudad de Buenos Aires, velaron el descanso y los sueños de mujeres, hombres, ancianos, niños… Cincuenta personas, y algunas más, que desaparecieron, cuando la policía llegó amenazante, diciendo que el Juez de menores se llevaría a los chicos en custodia, para que no duerman en la calle. Andarán en alguna plaza cercana. No tan a la vista de todo el mundo. Porque no es por los chicos ni por los viejos, la bronca de los funcionarios del gobierno. Es por esa multitud que pasa y pasa por el lugar. Delegaciones de escolares, viajeros del interior, extranjeros, turistas, los diarios, los curas de la catedral que correrán a contarlo a sus obispos, las Madres de Plaza de Mayo, como si no fuera suficiente el despelote que arman todas las semanas, y los políticos, siempre buscando argumentos nuevos para las próximas elecciones. ¡Cómo se van a refugiar justo ahí, en el corazón de las decisiones políticas del país!

Fue la sexta noche que, en la recova del Cabildo de la ciudad de Buenos Aires, intentaron guarecerse y descansar, albergar sus sueños y esperanzas, cincuenta desalojados. Sucedió sobre el final de la primavera de este 1994, año de injusticias y broncas, que crecen a cada segundo, multiplicadas por la farsa y el silencio oficial, los carros de asalto y la violencia de la policía.

Nadie advirtió  en las cinco noches anteriores, esa luz encendida sobre el filo de la madrugada, en la segunda puerta que abre el interior del edificio al fresco reparo de la galería del primer piso.

Angélica la vio esa noche.

Llegada desde Tucumán hace menos de un año, no dejó que la ciudad le atrofie su capacidad para distinguir una suave luz, como aquella, en la oscuridad de una noche. Si el Cabildo está cerrado, pensó. ¿Quién ha encendido esa luz? Los dos pequeños dormían, acurrucados debajo de una campera, contra la histórica pared que sostuvo la revuelta de Mayo. Entonces se decidió. Sabía que desde el patio se puede ingresar por una puerta cerrada por una simple cadena. Entró tratando de no hacer ruido. Todo era oscuridad. A tientas y muy lentamente, llegó a una escalera que, imaginó, la llevaría hasta la puerta de entrada.

Subió. No veía nada. Uno, dos, tres escalones más y apareció una fina línea luminosa por encima de su mirada. Era sin duda la puerta esperada, el lugar que buscaba. Faltarían cinco o seis escalones más. Con todo cuidado siguió subiendo hasta que sus zapatillas se iluminaron al pie de la madera que ahora la separaba del misterio y le exigía a su corazón un ritmo desenfrenado.

Recordó todo en ese instante: el viaje desde Tucumán hacia la esperanza del trabajo y la casa, los días que pasó en aquel depósito que los compañeros habían descubierto y tomado, antes de su llegada. La voluntad de todos de luchar por un techo, un amparo capaz de contener sueños y broncas, de ofrecerse al descubrimiento de los pequeños que andan asumiendo la vida, sin la simple compañía de un pájaro, sin la sombra y la ternura de un árbol.

Recordó el desalojo, cuando llegó el empleado de la Justicia con tantos policías. La intención de resistir y la inmediata sensación de derrota, ante el despliegue impresionante de armamento y efectivos.

Recordó, milímetro a milímetro, todo lo ocurrido desde aquella tarde, cuando en su remoto pueblito, decidió medir suerte en Buenos Aires.

Estaba allí, en una situación que jamás hubiese imaginado, llevada, simplemente, por una curiosidad que ahora, frente a la luz que escapaba por debajo de la puerta, parecía desmedida para alguien que anda queriendo resolver algo tan elemental como la necesidad de una simple vivienda, donde, al calor de sus paredes, recuperar el sentido de la vida.

Ya antes de llegar a la puerta  le pareció escuchar que hablaban. Eran voces que crecían a medida que se acercaba. En un momento se encontró con el frío bronce de un pomo, de generosas dimensiones, con el que, seguramente, se abría la puerta. La línea de luz se prolongó a todo el margen izquierdo del marco y comenzó a crecer, permitiéndole hacer un primer balance de lo que allí estaba ocurriendo: un importante grupo de gente ocupaba altas y finas sillas tapizadas, colocadas en torno a una mesa de grandes dimensiones. Vestían buenas ropas, formales y antiguas. Otra gente, de pie, completaba la capacidad del recinto y participaba, asintiendo o reprobando lo que debatían quienes estaban sentados.

La vista de Angélica volvió a la mesa. Allí vio algunas caras que le fueron familiares. ¿De dónde? ¿Quién era, por ejemplo, ese hombre que hablaba agitando sus brazos con ademanes que reforzaban lo que decía? ¿Dónde lo había visto antes? ¿En su pueblito de Tucumán? (Aunque esa ropa…) ¿En el tren? Pero los que están sentados a su lado, a izquierda y derecha, también le resultan conocidos. Quizá compañeros del depósito, donde vivió casi medio año, hasta el desalojo… ¿Gente del grupo con el que tantas veces cortaron calles? Pasó revista, uno por uno, a todos los presentes.

Alcanzó a ver, entonces, una larga hilera de retratos, enmarcados y colgados en una de las paredes laterales. Allí encontró la respuesta a la incertidumbre de aquellos rostros familiares y desconocidos, tan especiales y tan anónimos a la vez. 

Muchas de las caras sentadas en torno a la gran mesa, ornamentaban la sala del cabildo de la ciudad de Buenos Aires. Al pie de cada retrato y con grandes letras, sus respectivos nombres y apellidos.

Angélica iba y venía con sus ojos. Buscaba el cuadro que correspondía a cada uno y regresaba a él por su identidad.

Aquellos que estaban hablando -ya no había dudas- eran Moreno, Paso, Belgrano, Castelli, Matheu, Alberti, Larrea, Azcuénaga…

Hablaban de las dificultades de sus compañeros, los que dormían abajo: que hay que romper las cadenas que nos atan al imperio colonial. Fomentar la industria para crear puestos de trabajo. Gobernar para las mayorías populares y desarrollar un verdadero sentido de país. Poner la tierra al servicio de la producción. Que a ningún vecino le falte trabajo ni escuela ni hospital ni vivienda. Y que, para lograr todas estas cosas y muchas otras que necesita la gente, ya no hay margen para negociar. Que el único camino es desconocer la autoridad del Virrey, anular toda injerencia extranjera y de criollos cómplices del imperio, para luego, ya sin ellos, en la gloria de la libertad, desarrollar una profunda revolución que nos habilite a todos para gozar de aquellos derechos.

En los ventanales del frente, el cielo claro comenzaba a parecerse al río. Desde las remotas profundidades del horizonte volvía la luz sobre Buenos Aires. Los moradores de la galería, abajo, abandonaban sus improvisados lechos. Doblaban alguna frazada o abrigo y conversaban en una rueda que crecía: que cuántos se han quedado anoche, que otra vez somos cincuenta, que a los chicos no se los lleva nadie…

Y la rueda crecía…

Pronto bajará Angélica para discutir con todos nosotros los proyectos que, después de dos siglos de debate, está terminando de ajustar con los señores del primer piso, entre los muros insurrectos del Cabildo de la ciudad de Buenos Aires.

Cabildo de Buenos Aires.

Guillermo Herzel.

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Opinión: La Televisión (1º Parte).

Como introducción vale la aclaración que el término medios de comunicación esta mal utilizado. Para que exista una comunicación deben haber además de un emisor y un receptor, un intercambio de estos roles.

Los programas de mayor ratings  de la pobre y banalizada  televisión argentina son un insulto al buen gusto y estupidiza a los televidentes cómplices. Porque convengamos que sin publico tales programas abrían desaparecido del aire.

No voy a hacer mayores comentarios sobre los lamentables programas de chusmerío de viejas de barrios que instalan sus noticias de tal manera que convencen a quien los mire que estas peleas y demás trivialidades deben importar y formar parte de los comentarios entre el común de la gente en su vida cotidiana.

Los principales noticieros que interpretan muy bien su papel de desinformar ocultando noticias, autocensurándose persiguiendo el fin desestabilizador y desmoralizador entre las masas, porque ven afectados sus intereses meramente económicos y que disfrazan la información, mintiendo, cuando dicen que ven afectada la libertad de prensa cuando se los critican (en pleno uso del derecho democrático de cualquier ciudadano).

Un ejemplo, un poco desactualizado, pero bien vale plantearlos para graficar el concepto,  de la imparcialidad de los medios privados es como se lo crucificó a Diego Maradona cuando en un arrebato de revancha hacia los medios que lo criticaron sin piedad durante toda su vida y mas aún en la etapa de entrenador del Seleccionado Argentino de Fútbol, (apoyo a la ley de medios y estatización de la televisasión de los partidos mediante), insultó a algunos periodistas. Los mismos medios de comunicación no fueron tan vehementes en las criticas cuando el presidenciable y sojero Carlos Reutemann insultó con epítetos del mismo calibre (o peor aún) a Nestor Kirchner y al Gobierno Nacional, es más se lo tomó como una nota de color provocada por un enojo ocasional; tampoco se dijo nada en contra cuando el impresentable  y también sojero (pura casualidad, no sea mal pensado) Alfredo D’Angeli  insultó permanentemente al Gobierno Nacional y a Néstor Kirchner, causando vergüenza ajena.

Otro argumento utilizado es criticar al programa 6, 7, 8 del Canal 7, esgrimiendo que se trata de un Canal del Estado y no del Gobierno de turno. Solo voy a manifestar que por fin alguien se atreve a hacer periodismo de periodistas, porque pareciera que estos profesionales son intocables, impunes y que pueden decir todas las barbaridades que se les ocurran, a ellos o sus patrones, escudados por el ambiguo concepto de libre expresión que manejan. Además si estaría en vigencia, como debería, la Ley de Medios Audiovisuales seguramente los pensamientos que se expresan en el Canal de Estado tendrían cabida en otros canales de televisión y/o radios diversas, pero mientras siga rigiendo la ley de la dictadura que tan democráticamente defienden los monopolios esto es imposible.

(Continuará).

Osvaldo Rosembach

Santa Teresa – L.P

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Opinión: Con la intención de Aportar II.

Les decía que la historia de nuestro país fue elaborada en base a determinados aportes ideológicos que privilegiaron la identidad de algunos y dejaron afuera a muchos, entre ellos los aborígenes, mestizos y esclavos.

Hace unos días les mostraba a mis alumnos el video sobre “Algo habrán hecho por la historia”, con los fundamentos de Felipe Pigna y el aporte logístico de Mario Pergolini, donde aparece recreada la figura que hemos visto todos quienes pasamos por la escuela: el Cabildo del 25 de mayo de 1810. En una de las secuencias aparece la figura del negro esclavo ofreciendo empanadas a los presentes, supuestamente interesados en saber “de que se trata” –de acuerdo a la explicación del historiador, movilizados por dos hombres fuertes, integrantes de las milicias defensoras de la ciudad: French y Berutti-; aclara Pigna que el esclavo solo podía vender artículos que no eran de su propiedad, y empanadas eran muy difíciles encontrar en la ciudad de Buenos Aires.

Conviene aportar alguna idea al respecto sobre la presencia de los esclavos en los territorios del entonces Virreinato del Río de la Plata, quienes eran personajes comunes ocupados en el servicio doméstico de los ilustres vecinos. También en esas tareas podían encontrarse mestizos, de esos grupos aparecen los gauchos, afectados al ámbito rural por excelencia: la estancia, y en tareas artesanales o todo tipo de actividad sea en el puerto o afines.

Además quedaban algunos grupos de aborígenes integrados y adaptados a la sociedad colonial, donde la supremacía era del grupo hispano y los futuros patriotas, el grupo de los criollos. Aquellos sobrevivían en sus comunidades afectados también al trabajo en las haciendas, en las artesanías y perdiendo su identidad en la unión con otros grupos que originaban mulatos, mestizos y zambos.

Las guerras de la independencia afectaron de manera muy fuerte el número de la población de esos orígenes, con las levas forzadas diezmaron a muchos pobladores activos lo que puede explicar la ausencia de ellos en los primeros censos, algunos estimados y elaborados por Bartolomé Mitre, quien con su proyecto nacionalista comenzó a dejar los rasgos de un país sumergido en luchas internas, y organizado sobre la fuerza del ejército nacional.

Por eso coincido de manera permanente que la historia oficial omite a estos actores quienes fueron importantes en la construcción de nuestro país, siendo activos en el trabajo y en la guerra, pero pasivos en la participación política por los argumentos legales que no los consideraban en un rango equiparado a ciudadanos.-

Aclaración: escribir estos párrafos tienen la intención de movilizar intereses y empatías de cualquiera de nosotros, por eso estoy dispuesto a críticas, agregados. Gracias, Mario Higonet.-

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Opinión: Con la intención de aportar.

Por Mario A. Higonet.

Coincidiendo con el festejo del bicentenario se me ocurre como útil el brindar definiciones que ayuden a dar respuestas del porque. . .

Lo he manifestado en reiteradas oportunidades que la identidad argentina se ideó y creó a fines del siglo XIX, a las puertas del centenario; claro, con la urgencia de hacerlo ante la presencia de millones de inmigrantes que iban llegando para satisfacer la demanda de mano de obra.

Entonces aparecieron palabras para armar el calendario escolar, como revolución, patria, héroes, símbolos, etc. que se incorporaron al lenguaje cotidiano de los nuevos alumnos quienes comenzaban a transitar en los pasillos de la escuela pública, al amparo de los maestros nacionales y/o normales.

Era necesario hacerlo para que hablemos todos un lenguaje popular sustento de una historia donde algunos personajes aparecían destacados y ciertos hechos eran usados como puntos de referencia de esa historia argentina.

La simbología fue también un recurso adecuado para fortalecer esa gran idea general, entonces banderas, escarapelas, escudos y canciones patrias también fueron elementos ideales para el objetivo máximo, de un país que comenzaba a transformarse en moderno, dejando atrás los espacios de la barbarie mientras la civilización lo incorporaba al escenario del capitalismo internacional.

Hoy la escuela intenta recuperar esos rasgos perdidos en la globalización de un mundo cada vez más virtual, donde las identidades nacionales han perdido su prestigio quizá por la debilidad institucional de algunos cuerpos antes erigidos como rectores de la sociedad tradicional.-

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Opinión: Más allá del triste episodio de Tsunami.

Lamento profundamente la agresión a la joven de Alpachiri en adyacencias de la disco Tsunami y entiendo el dolor de su familia. Pero, para opinar hay que ser objetivo y no permitir que el árbol nos tape el bosque. Por la edad de los chicos agresores son nacidos en los ’90, una década en la que se implantó ferozmente la sociedad de consumo, donde la clase media compraba pavadas en cuotas mientras, la mayoría, los excluidos, los parias del capitalismo observaba las vidrieras, frustrados, impotentes, desocupados y a los cuales les decían, los bombardeaban, por los (mal llamados) medios de comunicación metódicamente: “Valés lo que tenés”.

Por consecuencia directa estos chicos no valen nada, no son nada, la vida tampoco les importa porque lo realmente importante que el capitalismo les viene diciendo desde que nacieron es que tienen que tener el último celular, la ropa de determinada marca, y ser todo lo snob posible, y preferentemente no tener la piel oscura, porque quizás aunque los dejen entrar al boliche, si tienen dinero, obviamente, dentro los miren de soslayo y se separen de sus pasos los blondos nenes bien con miedo al contagio, no del color, sino de la pobreza, el peor estigma que dejó el neoliberalismo. Y lo peor, es que esos chicos que se sienten diferentes por pertenecer a la sociedad de los elegidos por el sistema son tan victimas como los expulsados del mismo sistema salvaje, inhumano, insensible y cruel.

Que quede claro; ningún niño nace malo, es el perverso sistema el que los transforma y los llena de odio y resentimiento y esto solo va a cambiar con una sociedad que refleje un país con inclusión, educación y oportunidades para todos.

Que también quede claro; esto no se soluciona con más policías, represión y más cárceles que sirven al sistema de alfombra, donde esté, esconde lo que el mismo crea y le repugna ver.

 

Osvaldo Rosembach

Santa Teresa (L.P)

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