Jacinto Aráuz o El Reino del Revés.

Toda mi infancia y adolescencia transcurrieron en un pueblito del sur de La Pampa, Jacinto Aráuz. Allí pasaban cosas sorprendentes: vivíamos en El Reino del Revés.

Por ejemplo:
– El diario había que leerlo “a la inversa”. Se trataba de La Nueva Provincia, que venía desde Bahía Blanca y monopolizaba el acceso a la información. Cuando tuve edad de leerlo, mi padre me dio las instrucciones del caso, que eran muy simples: todo lo que ahí se consideraba bueno, era malo y viceversa. ¡Practiquísimo!

– Normalmente, en nuestro país se ensalza a la gente que “viene de afuera”. Pues en mi pueblo no: si alguien venía de otro lugar –y peor si era de una ciudad- despertaba la desconfianza y el resquemor de los lugareños. ¡Y peor aún si esa persona había estado, por dar un ejemplo, en un país tan alejado a nuestras costumbres como la India y compartía su experiencia! En ese preciso instante pasaba a engrosar una lista negra que, por esos días, se estaba confeccionando de manera secreta.

– Las personas que se preocupaban por el bienestar común y por la cultura eran tildadas de “comunistas” y por más que nunca hubieran estado en Rusia y fueran empresarios (ergo=capitalistas), se sospechaba que deseaban instaurar “ideologías foráneas” en el medio, lo que también los hacía formar parte de la lista antes mencionada.

– Y a personas que se pasaban gran parte de su vida útil tomando y jugando a las cartas en el club del pueblo se los veía como salvadores de la moral y las buenas costumbres…

¡No me digas que no era raro lo que sucedía en mi pueblo, perdido en la llanura pampeana! Ahí “nunca pasaba nada”, todos nos conocíamos y, gran parte de nosotros/as, estábamos emparentados, ya que proveníamos de una congregación protestante muy antigua, la Iglesia Evangélica Valdense, cuyos miembros habían mantenido las familias unidas por generaciones, pasando por exilios y persecuciones.

Un día de invierno, el 14 de julio de 1976, me desperté como siempre para ir al colegio y, al llegar a clase, me vi inmersa en la película de terror del Reino del Revés: donde normalmente circulaban los profesores, había soldados que nos apuntaban con armas largas; donde se bregaba por la buena convivencia y el respeto mutuo, los docentes eran arrancados de las aulas, esposados, encapuchados y arrastrados a vehículos que estaban apostados afuera; en vez de cultivarnos para ser personas de bien, estábamos siendo catapultados a la más feroz de las barbaries.

Y la historia no terminó ahí: mi padre -una de las personas más pacíficas y respetuosas que haya conocido en mi vida- fue secuestrado, bestialmente torturado y trasladado con destino incierto, junto a docentes del colegio. Los días subsiguientes fueron apresadas dos personas más. Esto ocurría con total impunidad, frente a los ojos de todos, desde el poder que da la prepotencia y siguiendo un plan ideado por un grupo de vecinos del mismo pueblo, quienes habían confeccionado la susodicha lista. “Tienen una lista y ahí figura tu padre”, me adelantó un compañero que, evidentemente, estaba al tanto de lo que les iba a pasar a los “enlistados”.

Las cosas siguieron patas arriba:
– Normalmente, cuando se habla de “la complicidad de la Iglesia con la dictadura” se piensa automáticamente en la Iglesia Católica y que los protestantes tuvieron otra actitud respecto de los militares y las atrocidades cometidas por ellos. Pues en mi pueblo, siguiendo el leit motiv de este texto, fue al revés: la única persona del ámbito eclesiástico que nos visitó en esos terribles momentos y fue personalmente a la comisaría a reclamar por la libertad de los secuestrados fue el cura párroco, el Padre Valentín Bosch. Nadie de nuestra iglesia se hizo presente para dar una palabra de aliento, ni siquiera alguien fue exigir la libertad del propio pastor, que también fue detenido y golpeado… y hay quien dice que, entre los autores de la lista negra, también había apellidos valdenses. El Padre Valentín tuvo que exiliarse días más tarde…

– Para colmo de males: quien aún hoy es el prócer máximo del pueblo, aquella persona que es tomada como ejemplo de rectitud y honestidad hasta su último aliento y que, además, integrara años más tarde nada menos que la prestigiosa CONADEP -estoy hablando del Dr. René Favaloro- frente al pedido desesperado de intercesión por parte de los familiares de las víctimas, dada su cercanía a las altas cúpulas militares, responde que “con esa historia no quiere tener nada que ver”.

– Y si faltaba una frutilla para el postre, aquí va: el sentido común asocia un brindis con los deseos de vida, la amistad, la prosperidad y la bienaventuranza. Pero en mi pueblo, después del operativo militar, se brindó por “el restablecimiento de la tranquilidad”, lo que traducido a la realidad significó que dicho evento festivo transcurría mientras mi padre y sus compañeros de infortunio se debatían en su último aliento dentro de una bolsa de plástico o les colocaban la picana en las partes más sensibles del cuerpo. Uno de ellos, que por milagro había logrado escapar, trataba de sobrevivir huyendo a través de los campos. Invitados de honor de ese asado festivo: los genocidas más perversos que han circulado por nuestra provincia, hoy imputados por delitos de lesa humanidad.

¿Qué es lo que pasa en ese lugar? ¿O es -como mi padre decía, parafraseando a León Tolstoi: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”- que el pueblo es una maqueta del mundo entero?

¿Dónde está el arriba, qué es lo que está abajo? ¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos? ¿Cómo puede ser que en una comunidad tan pequeña hayan sucedido cosas tan terribles por las que nadie –todavía- tuvo que asumir las consecuencias? ¿Cómo puede ser que el mismo lugar geográfico –la comisaría del pueblo- haya sido escenario de dos hechos de increíble violencia, acerca de los que allí nadie quiere hablar?(1) ¿Cómo es posible que, de los seis Centros Clandestinos de Detención y Tortura (hoy oficialmente señalizados) dos de ellos se encuentren en esa pequeña comunidad, que no llega a los dos mil habitantes?

Por eso reitero, al cumplirse el 36 aniversario de ese día terrible: contra la impunidad y por la justicia, esgrimiendo la verdad, rompamos el círculo nefasto del Reino del Revés y que quienes actuaron en complicidad con la dictadura se hagan cargo de sus acciones.

En memoria de mi padre.

Graciela Berton

Nota: (1) En 1921, la comisaría del pueblo fue escenario de lo que Osvaldo Bayer llamó: “La masacre de Jacinto Aráuz”. El 9 de diciembre de 1921, al mando del comisario Basualdo, se inicia la represión en una encerrona en el patio de la comisaría de Jacinto Aráuz, donde habían concurrido estibadores a declarar -a requerimiento del mencionado comisario- por un conflicto laboral. Basualdo, con un Winchester, comienza la masacre matando de un tiro al delegado Carmen Quinteros y a los gritos de ¡Agentes, métanles balas, no dejen ni un anarquista vivo! Los bolseros no se acobardaron y los enfrentaron. Sacaron sus cuchillos y revólveres e hicieron retroceder a los policías y luego de 20 minutos tomaron la comisaría, pero se les acabaron las balas y tuvieron que dejarla. Antes, había llegado desde Bahía Blanca gente de la Liga Patriótica al mando de un tal Cataldi. Así comenzó la cacería de obreros a campo traviesa. 

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