¿Cuál es el lugar de la llamada “centroizquierda” en la provincia? Frente a una matriz conservadora, kirchnerismo o socialismo funcionan como apéndices de las fuerzas tradicionales, pero a la vez tienen su función de voz disidente y alternativa.
Norberto G. Asquini
Desde hace algunos años, muchos que adoptan una mirada “progresista” de la realidad observan que habría señales de una “derechización” de la política en La Pampa. Más allá de la matriz conservadora o tradicional en clave populista del Partido Justicialista pampeano, y en buena medida del radicalismo, advierten esta tendencia en el avance de alternativas electorales que se inclinan “a la derecha” de esas fuerzas, y que son interpretaciones de datos fácticos. Entre estos estaría el caso del tiernismo en su momento, y la persistencia de su cría en algún sector, la última performance electoral del PRO en la provincia o los reclamos sectoriales de “mano dura” en materia de seguridad o de liberalización de la economía desde la dirigencia agropecuaria.
Dos nuevas cuestiones.
Ahora se incorpora a esta visión lo que algunos consideran dos eslabones más en esta tendencia: por un lado la postulación en 2015 de Carlos Verna, en su clave anti-K y cercana a los candidatos neoconservadores -Massa- o neokirchneristas -Scioli-; y por otro la posible alianza entre la UCR y el PRO, como ocurre en otras provincias.
Pero hay una falacia en esta hipótesis de la “derechización” de la política provincial, porque ni el PJ ni la UCR han transformado su identidad en los últimos años. No se puede considerar que el gobierno de Oscar Jorge sea francamente kirchnerista y que haya podido poner en peligro la matriz conservadora del peronismo pampeano. El mandatario apoya a la presidenta y a su proyecto político, pero esto no significa que haya roto con una tradición política y un perfil ideológico propio. Tiene un alineamiento con el rumbo nacional o la conveniencia de sostener su gestión, pero no filiación de ideas.
También hay que considerar que al quedar el jorgismo en su faceta institucional relacionada con el kirchnerismo, ha hecho que las demás opciones, la oposición interna en el PJ o la de otros partidos, queden alineadas con las fuerzas nacionales más anti-K, más conservadoras en sus planteos y proyectos.
Signos de lo que viene.
El radicalismo tuvo una vía progresista identificada con los postulados más alfonsinistas. La UCR en algunos casos ha sido identificada en su conjunto en este sentido, sobre todo cuando en la provincia tuvo enfrente al marinismo alineado en los ’90 al menemismo.
En esa oposición al PJ, algunos consideraron la intendencia de Francisco Torroba en Santa Rosa como la puesta en marcha de una gestión “progresista”. Advirtieron en algunas líneas, como la municipalización del servicio de recolección de residuos o la política de género, evidencias de ese rumbo. Hechos que puntualmente pueden ser así considerados, pero que no definen toda la dimensión ideológica de un gobierno. Porque, por ejemplo, la estatización de servicios, y más profunda aún, ya lo había realizado el justicialismo en General Pico. Y el manejo de las cuentas públicas poco se diferenció de la gestión jorgista en la provincia.
De hecho, la incorporación de Eduardo Pepa, el jefe comunal de Intendente Alvear, al PRO da una muestra más de ese perfil. Pepa, de centroderecha, fue tentado hasta hace muy pocos días para ser candidato de la UCR y es ofrecido como ejemplo por la dirigencia radical de la conformación de un frente local. Su llegada al PRO podría contribuir a una alianza que promueve también Torroba, lo que muestra la comunidad de ideas.
El derrape.
El llamado progresismo, lo que podemos considerar “centroizquierda” -distante de la izquierda más testimonial-, en la provincia ha quedado acorralado en la actualidad por las fuerzas tradicionales. De hecho, la lógica política pampeana ha llevado a su alianza con el PJ o la UCR, que termina por absorberlos o sujetarlos. Llegando a condicionar su supervivencia -en algunos casos- a quedar sujetos a sus socios mayoritarios.
Esa fuerza de “centroizquierda” tuvo su contención en los 90 bajo una bandera frentista como fue el Fregen, en momentos en que la convergencia de fuerzas era posible: el enemigo era el neoliberalismo y éste estaba identificado con el PJ, mientras la UCR había decaído como alternativa opositora.
Pero hubo dos procesos que llevaron a su estallido y dispersión: la debacle de 2001-2002 y el fracaso de la Alianza, en todo sentido, terminó por fragmentar al Fregen en la provincia, a lo que se sumaron sus profundas diferencias internas. En ese proceso, la llegada del kirchnerismo en clave de fuerza transformadora hizo el resto, al restarle voluntades y sumarlas a un proyecto mayor.
Trayectoria menguante.
A partir de 2003, el Fregen y el PS fueron las fuerzas a las que se unió la UCR para conformar el FRAP y después el Frepam como alternativa opositora al PJ y superar los límites electorales de la Lista 3. En ese trayecto, el Fregen fue profundizando su licuación. En tanto, la sociedad con la UCR llevó a varios dirigentes de esas dos fuerzas a puestos institucionales y de gestión en algunas comunas. Pero en el balance general, tanto el PS como el Fregen terminaron por sufrir ese “abrazo de oso” de ser los socios menores, diluyéndose su identidad y menguando sus perspectivas. Muchos de sus dirigentes terminaron por quedar mimetizados con el radicalismo conservador, convirtiéndose en un apéndice de dirigentes de la UCR y apartándose de sus partidos de origen.
Uno y todos los K.
El kirchnerismo, con sus “mil caras” dentro del peronismo pampeano, ha sido la línea “progresista” de ese movimiento. En un primer momento sus manifestaciones más destacadas buscaron el camino por fuera de la estructura pejotista, a la que consideraban refractaria del matrimonio Kirchner. Pero muchas voluntades se fueron desluciendo o regresando al partido al desencantarse del kirchnerismo, como ocurrió dentro del FPV.
Por otro lado, el marinismo adoptó circunstancialmente una postura K para resistir y sobrevivir bajo la bandera de la Casa Rosada la avanzada vernista que amenazó con barrerlo. Otra corriente disidente del PJ y de fuerzas que soñaron con la transversalidad intentó luego, de diversa manera, una opción electoral que naufragó por falta de apoyos. En tanto, existían algunos dirigentes que dentro del pejotismo más tradicional, conservaban su espacio pensando en transformarlo desde su lugar, pero que quedaron sumidos en su estructura.
Con la segunda presidencia de Cristina Fernández y el avasallante 54 por ciento de los votos, y en línea con lo que se llamó en ese momento la “profundización del modelo”, el kirchnerismo nacional presionó y tuvo su inserción institucional. Logró “abrir” las listas del PJ a un diputado provincial -al que luego se agregó otro- y a una diputada nacional, y sumó a una senadora. La asunción de funcionarios municipales en la capital también fue en ese sentido. También hubo lugar para avanzar en otros espacios, menores pero no por eso menos destacados en bastiones pejotistas, como ocurrió con Nuevo Encuentro.
Pero, a la vez, el PJ en el gobierno provincial comenzó a partir del segundo gobierno de Jorge a mostrar un apoyo explícito al proyecto kirchnerista, que llevó a la ruptura del mandatario con el vernismo en 2012. Y se sumó la adhesión manifiesta del intendente Luis Larrañaga y otros jefes comunales a la Casa Rosada. Desde ese momento, el kirchnerismo del PJ en La Pampa es un aliado del jorgismo, lo que en cierta manera condiciona, pero no limita, su expresión transgresora.
La razón “progre”.
¿Las estructuras del PJ y del Frepam para el kirchnerismo o el socialismo respectivamente, son “diques de contención” de su condición progresista? No en su concepción, pero sujetan su proyección al ser la voz minoritaria en esa alianza. Se han expresado, desde su lugar de minoría, en disidencia con lineamientos conservadores más amplios. Sus ideas han servido para dar el debate no solo más amplio sino al interior de cada fuerza y, en el caso de los K, que se mantenga la presencia de la presidenta en la provincia. Los proyectos progresistas chocan contra los muros del PJ en la Legislatura y el Ejecutivo, pero esto no significa que no den la discusión. No torcerán el rumbo general de la política, pero ejercen su influencia de algún modo.
El kirchnerismo presentó iniciativas como una nueva ley orgánica de policía, de economía social y hasta para la subdivisión de terrenos públicos, como también declaraciones sobre el tema derechos humanos, entre otras problemáticas. Temas en los que el PJ tradicional mantiene su distancia. El socialismo lo hizo con el aborto no punible, promovió leyes contra la deserción escolar y por los derechos previsionales de los ex planes de empleo estatales, o se ha preocupado por los servicios públicos, entre otras. Y desde lo político, hoy la tendencia progresista en el Frepam -el socialismo y sectores radicales-, son quienes se oponen a una alianza con el PRO que llegue a romper con la concepción original que tenía esa alianza.
Ante una política de matriz tradicional, los “progresismos”, esas minorías intensas de la política actual, implican la voz y la mirada diferente de la realidad. Sin el poder territorial, la estructura o la capacidad electoral del PJ o la UCR, su fortaleza está en la militancia por una causa -observada con recelo y envidia por quienes no pueden equipararla- y por sostener principios. Que no es poco.