Los pecados de Favaloro


Los pecados de Favaloro

Continuando con el menú aniversario del Operativo Aráuz, iniciado ayer, aquí les ofrecemos, queridos lectores, el primer plato. ¡Esperemos no indigestarlos!

 Primer plato 

Los pecados de Favaloro

Por Guillermo Quartucci

El maniqueísmo al cual es tan inclinada la fe católica -por no hablar de las ideologías de derecha- suele dividir a la humanidad en dos categorías: santos y pecadores, sin matices que morigeren el contraste. Gusta de poner todo en blanco sobre negro. O somos santos (los que consagra la iglesia o el poder) o estamos condenados a la categoría de pecadores, en la cual estamos incluidos la mayoría de los que transitamos por este mundo a la espera del castigo divino. Para ello fue creado un Paraíso, adonde supuestamente irían a parar las almas de aquellos pocos que descollaron por su pureza sin mácula, o un Purgatorio cruel, destino natural de quienes hemos pecado a sabiendas de lo que nos espera: el dolor y la asfixiante saturación de un espacio en llamas superpoblado.

Frente a semejante profesión de fatalismo, según el cual los humanos estaríamos condenados de antemano al castigo eterno dado que la santidad sería un objetivo imposible, los humanos nos hemos ingeniado para encontrar una categoría que, sin pasar por la difícil selección de la iglesia y por la exigencias del rol a jugar, nos permita hacer más soportable este valle de lágrimas: esa categoría es la del santo laico o sea, todo aquél que por sus virtudes y entrega al prójimo merecería formar parte del panteón de los elegidos por el Señor y nos permitiera creer que la bondad existe más allá de cualquier canonización oficial. A esta última categoría pertenece un personaje de la historia reciente de Argentina al que se lo venera en el altar de la santidad, haciendo caso omiso de sus debilidades como hombre y de los muchos pecados cometidos a lo largo de su vida: el doctor René Favaloro.

Es mucho lo que se ha escrito a favor o en contra de este personaje, siempre respondiendo a ese esquema maniqueo en que nos empeñamos en clasificar a los humanos y poder así dormir tranquilos: para muchos un auténtico ángel, para unos pocos descastados, entre los que nos incluimos, un pecador cuyas culpas terminarían por aniquilarlo.[1] En general, los que destacan la supuesta santidad del médico lo hacen desde una óptica trasnochada, marcadamente cursi, y plagada de sensiblería y lugares comunes, como la nota publicada por el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, cómplice del terrorismo de Estado, citada en el pie de página. Voces más lúcidas destacan por lo menos que la personalidad de Favaloro presentaba claroscuros muy acentuados, siendo especialmente relevante el papel que jugó durante la dictadura cívico-militar, a la cual brindó su entusiasta apoyo, y que terminó por redondear de manera implacable la ideología que profesaba.

Son muchos los análisis que acertadamente se han hecho a propósito de la forma en que murió Favaloro, en su mayoría subrayando los aspectos psicológicos, sociales, morales y hasta religiosos que lo habrían impulsado a pegarse un tiro en el corazón, pero que no lo explican todo si no se indaga el papel que la ideología de Favaloro podría haber jugado en su trágica decisión. En el 2000, año de su suicidio, las atrocidades cometidas por la dictadura cívico-militar que asoló a la Argentina entre 1976-83, a pesar de los intentos de los gobiernos democráticos posteriores por poner punto final a la cuestión, habían calado hondo en el seno de la sociedad, y las voces que clamaban por memoria y justicia provenían de todos los sectores, incluso de aquéllos que habían permanecido hasta entonces indiferentes. Es conocida la negación de Favaloro a denunciar en su momento a las juntas militares cuando grupos de derechos humanos le solicitaban su mediación en el tema de los desaparecidos a sabiendas de que el inmenso prestigio internacional del médico los pondría a salvaguarda de cualquier agresión por parte de los genocidas.

¿Por qué Favaloro se negó a alzar su voz para denunciar los crímenes, cuando, valido de su prestigio, podría haber influido en el ánimo de los asesinos?  Para responder a esta pregunta basta con repasar el libro de Favaloro, Recuerdos de un médico rural, publicado en 1980, cuando el Proceso de Reorganización Nacional no había mostrado aún las grietas que comenzaban a debilitarlo. Este libro no deja dudas acerca de la ideología de Favaloro, alineado con absoluta convicción con el pensamiento que el Estado represor difundía hasta la saciedad a través de sus lemas: el “ser nacional”, la “tradición occidental y cristiana”, “Dios, patria, familia y propiedad”, “somos derechos y humanos” como contraparte de las “ideologías ajenas a nuestro sentir”, las “ideas perniciosas que corrompen a nuestra juventud”, el “peligro de la colectivización” y un largo etcétera que Favaloro repite literalmente en su libro en absoluta consonancia con el poder asesino.

Si quedaran dudas al respecto, las últimas frases del libro serían suficientes para disiparlas. Se pregunta Favaloro: “¿Aceptaremos, sin ambages, que esta sociedad que llamamos occidental y cristiana está llegando a su fin? […] ¿O caeremos en las falsas panaceas de las dictaduras de izquierda y la filosofía marxista que tanto daño han hecho a nuestra juventud […]?”. Pronunciadas en 1980 estas cuestiones retóricas típicas de la derecha liberal argentina revelan el carácter difícil de soslayar de la ideología de Favaloro. Por otras parte, el escenario de estas memorias es nada más y nada menos que Jacinto Aráuz, población que, lejos de la armonía social con que se la presenta en el libro, está marcada por hechos ominosos que el autor pretende ignorar: la masacre de anarquistas de diciembre de 1921, ocurrida en la comisaría local, y el copamiento por fuerzas conjuntas del ejército y la policía, en julio de 1976, en el que se produjo el secuestro, detención y torturas en dos centros clandestinos del pueblo (la comisaría local y el puesto caminero junto a la Ruta 35) de profesores y personas relacionadas con el Instituto José Ingenieros, acusados por un grupo de civiles del pueblo de “subversivos que buscan corromper las mentes de nuestros hijos”, suceso éste acaecido sólo cuatro años antes de la publicación del libro de Favaloro y al que no hace la menor referencia, no sea que se estropeara la imagen idílica que pretendía presentar del pueblo.

Nunca lo sabremos porque ya no está aquí para responderla, pero cabe la pregunta: ¿No será que Favaloro, además de su desilusión por la vida,  se puede haber sentido corroído por la culpa de no haber denunciado los crímenes de lesa humanidad en momentos en que su voz habría podido torcer, aunque sea de manera mínima, los siniestros designios del Estado terrorista? Para completar el cuadro, en la polémica población de Jacinto Aráuz, en el edificio de la estación del desmantelado ferrocarril que atravesaba el pueblo, un museo está dedicado a la memoria de Favaloro. ¿Qué lectura deberíamos hacer de este hecho?

 

Favaloro y el Operativo Aráuz

El copamiento del pueblo por fuerzas conjuntas del ejército, la policía provincial y la policía federal se inició en la madrugada del 14 de julio de 1976, prolongándose dos días más, hasta el 16, a raíz de la fuga de uno de los secuestrados, lo cual significó el allanamiento ilegal de gran parte de las viviendas del tejido urbano y la zona rural circundante. La esposa de uno de los secuestrados, aconsejada por una familia que conocía a Favaloro de sus años en el medio, habló por teléfono con el médico para solicitarle su ayuda en la localización de su marido, cuyo destino hasta ese momento era incierto. El médico se negó terminantemente a tratar el tema y prosiguió con su agenda de apoyo a la represión. Justamente el día 15 de julio Favaloro se encontraba en su natal La Plata visitando el Colegio Nacional, donde había cursado sus estudios secundarios. Para disipar cualquier duda al respecto, reproducimos en su totalidad la crónica del evento al que asistió Favaloro, publicada en el diario La Nueva Provincia  de Bahía Blanca, entusiasta fogoneador de la represión ilegal y los crímenes de la entonces flamante dictadura.

 

La Nueva Provincia, 16 de julio de 1976

Favaloro

La Plata, 15 (NA) – “Se puede estar en el centro, en la izquierda o en la derecha, pero eso no justifica que vayamos a esta guerra fratricida que todo lo destruye”, dijo aquí el conocido cardiocirujano René Favaloro, en una charla dirigida a la juventud, durante la cual criticó a la insurgencia y a la guerrilla.

   “Con la violencia no se va a ningún lado; a través de la guerrilla no vamos a cambiar nada”, afirmó también Favaloro en otro momento de su expresión, que estuvo específicamente dirigida a la juventud.

   El acto en que habló el científico había sido organizado por la cooperadora del Colegio Nacional de esta ciudad, en que él cursó sus estudios secundarios, lo que dio pie al disertante para evocar el clima en que creció y se perfeccionó su generación.

   Dijo al respecto que en La Plata prácticamente  no hubo clases sociales sino una clase media alta y los hijos de los trabajadores, entre los que nunca hubo una gran diferencia, sino que se mezclaban e intercambiaban experiencias. “La única selección que había era la de las neuronas”, acotó, para agregar que convivían en ese instituto “gente de todos los colores y status, lo que nos hizo bien a todos”.

   En cuanto a la universidad, recordó que era “totalmente autónoma, autárquica e independiente del gobierno” y que “tuvimos grupos de profesores de la más diversa formación ideológica: libre-pensadores, socialistas y conservadores, pero cada uno de ellos cuidaba la enseñanza y no tuvimos nosotros una formación política definida sino que estábamos en contacto con todas las ideas políticas, porque ninguno trataba de influenciarnos”.

   “Se nos enseñaba que sin esfuerzo no se consigue nada”, prosiguió, “el acomodo no existía y todos teníamos la misma igualdad ante el esfuerzo”.

 

Varios de los conceptos de su velado antiperonismo vertidos por Favaloro en la charla a que se refiere la nota los habría de reiterar después en su libro de 1980, pero es su calificación del terrorismo de Estado como “guerra fratricida” lo que más llama la atención pues lo ubican muy temprano, a escasos 4 meses del Golpe, en la línea de los cultores de la “teoría de los dos demonios”, la cual surgiría con especial énfasis cuando, vuelta la democracia, integró brevemente la CONADEP convocada por el presidente Raúl Alfonsín a la que renunció porque no encontró eco a sus demandas de que se debían investigar, además de los crímenes de los militares y fuerzas afines, los crímenes de lo que él denominaba la “subversión” en un rapto inconsciente de justificación de la represión por parte del Estado. Nunca Favaloro, hasta su muerte, se desdijo públicamente de su apoyo a la dictadura cívico-militar, pese a un oscuro hecho ocurrido en plena represión que lo afectó de manera directa y podría haberlo despertado de su idilio con el terror estatal: la muerte, en circunstancias muy sospechosas, a las que la prensa de la época denominó “accidente”, de su hermano Juan José, hecho que hasta hoy permanece en el misterio. En Jacinto Aráuz, donde quedaban muchos amigos de la época en que Favaloro trabajó allí, los rumores de los más allegados a los hermanos hablaban  de que Juan José, considerado  “zurdo”, habría sido abatido en la carretera por un vehículo del ejército cuando desoyó la orden de detenerse A  pedido expreso de Favaloro ninguno de esas amigos viajó para asistir al velatorio de Juan José, que se realizó de la manera más sigilosa.

 

Favaloro, la medicina y otros temas

Dejando de lado algo que nadie discute: el merecido prestigio de Favaloro como médico cardio-vascular, en el terreno de la medicina como profesión de servicio a la comunidad son muy discutidas ciertas expresiones suyas como cuando dijo que habría que cerrar por un tiempo la carrera de medicina porque lo que sobraban eran médicos; o cuando se quejaba, como en su libro, de los médicos “flor de ceibo”, expresión despectiva para descalificar a los que se graduaban de la universidad en los años del primer peronismo.

Un reconocido médico de Buenos Aires, especialista en infectología pediátrica, al referirse a Favaloro dice lo siguiente:

 

Fue un médico magistral, un excelente cardiocirujano, un elegido como Maradona y Pelé, pero nada más que eso. El resto es un mito que él mismo alimentó y del cual sacó mucho provecho.  Favaloro hablaba hasta el cansancio del hospital público, generalmente para denigrarlo, siendo  que nunca pisó ninguno desde su graduación. Lo que quería era crear una fundación propia en lugar de crear una unidad cardio-vascular en cualquier hospital del país. Si hablaba mal de las universidades públicas, siendo que él se había graduado en una de ellas, era para promover su propia Facultad de Medicina en la Fundación que presidía, atrayendo así ingentes sumas de dinero. El currículum de esa facultad está muy lejos de la realidad sanitaria de la Argentina puesto que le da absoluta prioridad a la tecnología, la genética, la farmacología molecular, dejando totalmente de lado las enfermedades que prevalecen en nuestro país y son las causantes de altas tasas de mortandad.

 

   En otro sentido, es proverbial la xenofobia de Favaloro, sobre todo la dirigida a los hermanos pobres de los países limítrofes de Argentina que llegaban en busca de un mejor horizonte económico, los cuales constituían, según lo da a entender en su libro de memorias, una “inmigración degradada”. Tampoco simpatizaba el célebre médico con las militantes a favor de los derechos de la mujer, esas feministas hacia quienes  apuntaba sus dardos impregnados de misoginia, para no hablar de su peculiar visión acerca de la diversidad sexual. Al respecto, el viernes 29 de agosto de 1984, el Canal 13 de televisión de la Capital Federal emitió el programa Grandes Temas Médicos, dedicado a la Sexualidad. La conclusión, al cabo de una hora y media de emisión, fue formulada por el Dr. René Favaloro, de la siguiente manera:

 

Yo quisiera destacar que es el problema de las desviaciones sexuales, que constituye un verdadero problema, una verdadera tragedia en nuestro tiempo, una tragedia que no está solamente en los grandes países desarrollados, evidentemente al que le toca viajar la puede ver fundamentalmente en Estados Unidos, en Inglaterra, en Francia, en los grandes países, digamos desarrollados, donde ya se ha constituido en una verdadera plaga, a mi entender. Esto no quiere decir que no deba ser también analizada en profundidad aquí, buscar las razones y corregirla, pero yo no puedo entender todos estos movimientos sociales, en donde se hace, quizás, hasta una apología de la homosexualidad. Este incremento, debo confesarlo, para mi es aterrador, porque significa una desviación de algo, que la naturaleza nos dice que no ocurre. (Citado por Carlos Jáuregui en su libro La homosexualidad en Argentina, página 71)

 

A manera de cierre

Siempre es arriesgado referirse a las figuras del santoral argentino con la certeza de que la condena social ha de ser casi unánime. Ahí está el reciente caso del periodista Horacio Verbitsky, quien, con la publicación de su investigación acerca del papel de cómplice que el jesuita Bergoglio jugó durante el terrorismo de Estado, se granjeó no sólo el odio general, sino el silencio de hasta quienes debían haberlo apoyado, dejándolo solo. Seguramente los que idolatran al “ángel guardián de Jacinto Aráuz” han de reaccionar de la misma manera frente a esta nota. Pero los hechos ahí están. ¡Quien los quiera oír, que los oiga!

 

(Continúa mañana)

 

 

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1 Comentario

  1. comment-avatar
    jose16 julio, 2013 - 19:50

    muy bueno sigan así los felicito. un anecdota pasábamos noches enteras tomando mate en Alberti mate va mate viene con Guillermo y el negro un abraso a esos pioneros………..