Historias: A 40 años de la “Gran Huelga de Salinas Grandes”.

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Entre octubre de 1971 y febrero de 1972 los obreros de la fábrica de Salinas Grandes emprendieron un paro contra la patronal. Una dura lucha de la que participaron agrupaciones de izquierda y gremios de la capital provincial.

La huelga y movilización sostenidas por los obreros de Salinas Grandes y sus familias, durante 120 días, apoyados por diferentes sectores de izquierda, gremios y agrupaciones estudiantiles de La Pampa, fueron reflejo de un contexto de protesta y activismo social que recorrió el país entre 1969 y 1973.
La lucha de los salineros sacudió a buena parte de la sociedad pampeana. Todo comenzó con la firma de un convenio a espaldas de los trabajadores de la sal, que se levantaron contra lo que consideraron un abuso de la patronal. Así se mantuvo una lucha entre octubre de 1971 y febrero de 1972 con el apoyo de empleados estatales, estudiantes universitarios y militantes de la nueva izquierda que rodearon con su solidaridad a los obreros. Fueron casi cuatro meses de inquebrantable espíritu de lucha, que es reivindicado en el presente como la “huelga más larga de la provincia” y una de las más extensas de ese período.

La trampa
La fábrica de Cibasa -Compañía Introductora de Buenos Aires Sociedad Anónima- es parte de la salina ubicada en el departamento de Atreucó, a 12 kilómetros de Macachín. En los 60 el establecimiento proveía al 80% del mercado nacional de la sal de mesa.
En el poblado conocido como “La Colonia”, coronado por la moderna fábrica, vivían unas 500 personas. Alrededor de 180 trabajaban en los distintos puestos del complejo, unos 100 en la zafra en la laguna.
En mayo de 1971 la Federación Argentina de Productores de Sal y representantes del gremio firmaron un convenio que modificaba las pautas laborales vigentes a espaldas de los obreros. El nuevo contrato establecía un elevado alquiler de las casas, que la empresa daba a los empleados.
Cuando los trabajadores recibieron su salario, se percataron del descuento establecido por el nuevo arreglo y lo consideraron un fraude. Fue entonces que el secretario general del gremio, y líder de la huelga, Eugenio Kambich, comenzó el reclamo. Lo secundó el abogado Ciro Ongaro, que había conocido en el 70 en Santa Rosa, y se convirtió en el asesor legal de los obreros y también en uno de los puntales ideológicos de la lucha.

A la lucha
El 14 de octubre del 71, Kambich volvió de una asamblea junto a los obreros del establecimiento fabril de El Bebedero de San Luis donde se discutió el convenio. La planta paró las actividades para escuchar su informe. En el salón del club, un centenar de asambleístas discutió hasta entrada la noche y resolvió intimar a la patronal para que se dejara sin aplicación el alquiler “bajo apercibimiento de un plan de lucha”.
Sino, a partir del miércoles 20 de octubre habría un paro parcial de cuatro horas; el 22 paro total por 24 horas y los días 26 y 27 paro total por 48 horas. El camino a la confrontación estaba abierto. Los salineros habían decidido además, sostener la huelga por tiempo indeterminado si había despidos.
“Nunca creyeron que se fuera a hacer una huelga, hubo algunos paros anteriores, pero nunca generales. Se pensaron que todo iba a terminar en una semana”, afirmó el líder de los huelguistas en el libro “Crónicas del fuego”.
Kambich indicó: “Nosotros unimos a las familias a la huelga, no hablamos sólo con el que trabajaba sino con la familia completa. Explicamos que es lo que estábamos haciendo. Creamos conciencia en todos los que estaban involucrados. Nunca hay que hacer una huelga sin la familia”.

Horas tensas
La tensión vivida por los salineros durante las primeras semanas del conflicto gremial se traducía en una convivencia muy difícil de sostener dentro del predio y se incrementó con el inicio de la huelga. El comienzo de la medida de fuerza había agudizado diferencias entre los trabajadores, y el pase a la acción terminó por definir quiénes estaban con el sector patronal y quiénes con el obrero.
El miércoles 20 el paro fue de cuatro horas. Las continuas provocaciones hacían pensar que se podría derivar en hechos graves y violentos. Poco después del mediodía se produjo un enfrentamiento entre los bandos opuestos.
El incidente principal ocurrió poco después, cuando los obreros intentaron impedir el ingreso de un grupo a la fábrica. Allí se produjo un hecho paralizante, un rompehuelgas extrajo un revólver cerca de la salida de la escuela. Hubo escenas de alarma entre los presentes y terminó cuando uno del grupo de choque de huelguistas le dio un cadenazo al agresor. El hombre armado fue detenido por la policía. También fueron arrestados ocho trabajadores mientras montaban guardia frente a la fábrica.
Para entonces el destacamento de policía de Salinas Grandes, donde había un solo agente, fue reforzado por ocho efectivos a las órdenes del comisario Omar Aguilera, de Macachín y hoy condenado por secuestros y torturas durante la dictadura militar.
El viernes 22 de octubre se cumplió el primer día completo de huelga. Esa jornada los salineros pararon la planta ante los asombrados policías. La comisión interna de los obreros huelguistas, conformada por viejos estibadores, junto a otros cinco o seis trabajadores -una especie de “grupo de choque”- fueron los más activos en llevar adelante la protesta desde el comienzo y se convirtieron en la primera línea de los salineros. El 25 y 26 de octubre, cortaron la entrada a la fábrica y CIBASA se paró.

El incendio
La huelga se conoció en Santa Rosa a través de las noticias. El puntapié fue dado por el periodista Jorge Roó, cronista de La Arena. Inmediatamente comenzó a tenderse una red solidaria hacia los salineros. Así a mediados de octubre, militantes políticos, sociales y gremiales de los espacios más activos se contactaron con Ongaro y Kambich, y comenzó a gestarse el movimiento aglutinante.
La Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) fue la agrupación que reunió a diferentes voluntades y puso su estructura en función de aquella lucha. Tenía por entonces una dirigencia que agrupaba a peronistas combativos y comunistas y actuó como apoyo a los huelguistas en Santa Rosa. Se sumaron a esa comisión de lucha o de apoyo agrupaciones obreras -desvinculadas de la burocracia sindical local-; organizaciones políticas embrionarias de izquierda; y estudiantiles: los movimientos de base de municipales y bancarios y las agrupaciones clasistas “7 de Septiembre” -universitaria y después convertida en Faudi- y “30 de Junio” -periodistas y trabajadores gráficos-. También participaban comunistas y la UMA; y el Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas.

La toma de la CGT
Durante el paro de 48 horas, el 26 de octubre, Santa Rosa había comenzado a agitarse. Los delegados del comité de lucha empezaron a gestionar respaldos a la huelga. Miguel Maldonado, dirigente municipal, indicó: “Como había muchas barreras para llegar allí y el pueblo era muy chico, no tenía efecto hacer la movilización en Salinas Grandes, porque ni siquiera era Macachín. El lugar para movilizarse era Santa Rosa porque la huelga no aparecía en los medios, y menos en los nacionales”.
El 26, cerca de 80 salineros llegaron en colectivo a Santa Rosa. En la sede de ATE, medio centenar de representantes de las organizaciones de apoyo los esperaban para una asamblea popular. Allí se discutió el plan de lucha común con otros gremios y agrupaciones.
Ante la pasividad de la CGT, doscientas personas abandonaron el salón de los estatales y se dirigieron a la sede cegetista para reclamarle un respaldo activo. Al llegar, encontraron la puerta cerrada aunque en su interior deliberaban los delegados. Los manifestantes desbordaron el salón ante los atónitos secretarios generales. Lograron la adhesión y los gremialistas aseguraron interceder ante el gobierno provincial para pedir una reunión urgente con los despedidos. Los manifestantes regresaron a la sede de ATE y esa misma noche se conformó la Asamblea Popular de Solidaridad con el Movimiento Obrero Pampeano.
El día 27, los cegetistas acordaron una reunión con el ministro de Gobierno Eduardo Insausti, en Casa de Gobierno. Hasta allí marchó la delegación compuesta por Kambich, Ongaro y gremialistas. Ese encuentro marcaría la posición difusa que tomaría el gobierno provincial en el conflicto: la audiencia comenzó cuarenta minutos más tarde de lo pautado y no se dejó ingresar a la prensa. El dirigente salinero fue quien expuso la situación al ministro y no salió conforme del encuentro; la delegación había estado menos de veinte minutos, con el aparente disgusto del funcionario que evidenciaba querer terminar rápidamente, según relató el líder salinero.
Antes de que los obreros regresaran a Salinas Grandes, se enteraron de que la empresa los había despedido.

En la calle
La empresa decidió despedir a los trabajadores en huelga y cerró las puertas de la fábrica. Los obreros igualmente se reintegraron a sus labores el lunes 28. Los primeros en llegar a la fábrica encontraron alistados a cuarenta policías y un carro de asalto de la Guardia de Infantería, custodiando el portón clausurado con un candado.
Casi hubo un choque entre los uniformados y los salineros preparados en caso de represión con alambres retorcidos. Ante la indignación de los obreros, los uniformados comenzaron a retirarse hasta la puerta de ingreso del predio. Los trabajadores tomaron entonces la planta y convocaron a una asamblea. Colmados de bronca, ratificaron el plan de lucha y la toma del establecimiento.
El expediente del conflicto de Salinas Grandes pasaría desde entonces, de mano en mano, entre los organismos laborales de la Provincia y Nación, extendiendo la huelga.
El 3 de noviembre, los salineros volvieron a reunirse en Santa Rosa con las agrupaciones que apoyaban la huelga. La asamblea popular se realizó en la sede de la CGT donde 400 personas desbordaron otra vez el salón; los presentes exigieron continuar el paro y extenderlo a otros ámbitos. Pero la CGT no quiso y otra vez hubo gritos y recriminaciones.
El movimiento obrero se dividió a partir de ese momento. Por un lado ATE y los grupos de base con decidida disposición a la lucha activa junto a los salineros, y por otro, la estructura burocrática de la CGT que privilegiaba la negociación.

Sin solución
Entretanto, la comisión de apoyo organizó la asistencia material a los hogares obreros para iniciar una olla popular (ver página 5). El sábado 13 de noviembre partió de la sede de ATE el primer camión fletado desde la capital provincial con alimentos y mercaderías del fondo de huelga hacia Salinas Grandes. Ese mismo día, en la asamblea diaria, se resolvió por unanimidad continuar la huelga y comenzó la primera olla popular en el predio, que se extendería por varias semanas.
El 18 de noviembre llegó a Santa Rosa un alto funcionario del Ministerio de Trabajo de Nación, el subdirector Pedro García. El gobernador Benjamín Trapaglia quería un acuerdo rápido. García se reunió con los salineros, pretendía cesantear entre 18 y 20 obreros, postura compartida por la CGT local. Al escuchar la oferta, los salineros le hicieron un desplante y se fueron del local entre insultos, dejando solo al funcionario.
Tras el frustrado encuentro, el Departamento de Trabajo provincial decidió aplicar el arbitraje obligatorio. Los trabajadores debían suspender la medida de fuerza y la empresa reintegrarlos a sus puestos. El martes 23 de noviembre, según lo disponía el arbitraje, cincuenta salineros se presentaron en la fábrica, pero la patronal había cerrado con candado la planta y había puesto un cordón policial compuesto por una decena de efectivos dirigidos por el comisario Aguilera. La empresa no se presentó al arbitraje y así se diluyó toda posibilidad de negociación.

La plaza salinera
El 5 de diciembre, Ongaro no pudo reunirse con Trapaglia tal como habían pedido los huelguistas. Esa noche hubo una asamblea en ATE en la que los cegetistas fueron recriminados a viva voz por su “pasividad” e “inoperancia cómplice”. A las 21, una gran marcha tomó el centro de la capital. Los manifestantes salieron de la sede de los estatales, portando cartelones y antorchas y entonando estribillos contra las “direcciones sindicales burocráticas y traidoras” y ante el “manoseo del gobierno”; desfilaron hasta la plaza San Martín en una convocatoria que asombró a muchos y alarmó a otros. Fue una escena desconocida para Santa Rosa, donde una multitudinaria marcha portó teas que iluminaron la noche. Frente al monumento al Libertador, símbolo céntrico y oficial por excelencia, la columna se detuvo y realizó un acto, algunas horas más tarde finalizó con una olla popular en la sede de ATE.
Sin haber sido una marcha violenta, los salineros y los grupos de la nueva izquierda promovieron un hecho simbólico e inédito que inquietó al gobierno y a los grupos de poder, y comenzó a preocupar a vastos sectores por las consecuencias que podría tener. A más de un mes de iniciada la huelga en la lejana Salinas Grandes, la sensación de “amenaza” lo impregnaba todo en la capital.

Ánimos alterados
A pesar de las resoluciones dictadas por el organismo de Trabajo, CIBASA no reincorporó a los salineros, lo que significaba ignorar y desacatar las órdenes del gobierno de La Pampa.
Los nervios y la bronca ganaban el predio. El 14 de diciembre un obrero, que trabajaba en la fábrica con la protección policial, disparó varios tiros contra los huelguistas. Cuando se retiraron parte de los uniformados, un grupo de trabajadores golpeó al agresor; por la noche, mientras el rompehuelgas trataba de ocultarse de la ira de sus compañeros, los más enfurecidos incendiaron la casilla donde vivía. Uno de los huelguistas fue detenido horas después, aunque quedó en libertad tras la intervención de Ongaro.
El 28 de diciembre hubo otra asamblea en la CGT. Allí se sucedieron las escenas violentas y las desordenadas expresiones de repudio por la falta de los fondos prometidos y apoyos. Cuatro grupos cubrían la olla popular y los traslados de los salineros desde hacía dos meses, mientras la CGT no había podido pagar un solo viaje. A coro, se escucharon los gritos: “En la calle luchan los obreros, en la CGT dialogan los carneros”.
Apareció entones en escena, un dirigente luego clave para la resolución del conflicto, el secretario general de la CGT piquense, Lucio Martín Suárez, gremialista de los telefónicos. Este calmó los ánimos, dijo que en el corto plazo debía darse una solución a la huelga; sino habría un paro general de actividades en toda la provincia y prometió dineros para sostener la lucha.
Cuando los obreros salieron a la vereda, estacionó en la esquina un carro policial de asalto del que salieron efectivos de la Guardia de Infantería. Una hilera de uniformados se apostó a metros del lugar haciendo sonar los tacos y los bastones, y cerraron la cuadra a la altura de la calle Rivadavia. El funcionario policial a cargo, luego de observar la situación, con un breve ademán de brazos ordenó a su gente que se retirara del lugar. Los temores al uso de la violencia estaban instalados.

Fin de las ilusiones
Finalmente, entre enero y febrero de 1972 el conflicto fue llevado a los ámbitos nacionales mediante una estrategia que beneficiaría a la empresa y debilitaría a los salineros. Los dirigentes cegetistas, sugirieron a los salineros sentarse con los empresarios en Capital Federal. Las agrupaciones de izquierda quedaron acompañando la resolución como meros observadores.
Para los cegetistas, no era bueno llevar las huelgas al todo o nada, como pretendían las militantes de la nueva izquierda; un día había que regresar al trabajo. Para los promotores de la Comisión de Apoyo, la táctica de los sindicalistas peronistas era ambigua: primero intentaron congelar el conflicto y luego se subieron para domarlo.
A esa altura y ante el estancamiento del conflicto, los salineros continuaban con su posición combativa pero a la vez buscaban un arreglo. Los dirigentes de la huelga observaban que una lucha indefinida no era siempre posible y el voluntarismo de los militantes por sí solo no aseguraba el fin de la medida; más cuando los reclamos eran todos de máxima.
También fue cierto que la nacionalización del conflicto presionó para la solución de la huelga y la posibilidad de un acuerdo.
En la segunda semana de enero, los salineros lograron un espacio en los medios televisivos nacionales. A raíz de un contacto de Suárez con el gremio de los trabajadores de televisión, Kambich logró leer ante las cámaras de Canal 11 una proclama titulada “Llamamiento a la clase obrera y al pueblo argentino”. Para muchos de los protagonistas, esto fue un viraje en el rumbo del conflicto. Poco a poco radios, diarios y canales nacionales comenzaron a mencionar la lucha de Salinas Grandes.

Frustrados
El 20 de enero comenzaron las reuniones entre los representantes de los salineros acompañados por los dirigentes cegetistas y los de CIBASA en Capital Federal. Unos doce salineros pudieron viajar a Buenos Aires gracias al aporte de varios gremios que pagaron el transporte y el hotel.
El 25 de enero la empresa entregó en la mesa una propuesta. La condición para la vuelta al trabajo era una serie de despidos. La empresa ya no pedía la cesantía de 18 obreros; la nueva oferta era entre 10 y 5 alejamientos, además de pagar solamente el 40 por ciento de los salarios caídos.
Los salineros ya estaban enterados de quiénes eran los señalados. Todos los nombres en danza eran parte de los dirigentes huelguistas, cabezas de la lucha. “Los despidos finalmente fueron una cuestión personal. La patronal decidió que fueran los cabecillas”, indicó el abogado Ongaro en “Crónicas del fuego”.
Los trabajadores decidieron rechazar cualquier propuesta que incluyera alejamientos y se retiraron.
El 3 de febrero Cibasa volvió a presionar a los huelguistas y envió ocho telegramas de desalojo de las viviendas ocupadas por los obreros en el predio de Salinas, por haber cesado la relación laboral. Estaban todos dirigidos a las cabezas visibles del movimiento: eran Kambich, Martha Ríos, Aguilera, Elizondo, Fiala, Sosa, Garro y Chiovinni.
Ante esa posibilidad, los representantes de la CGT piquense encabezados por Suárez informaron al gobernador Trapaglia que se iba a declarar una huelga general de actividades en toda la provincia en forma sorpresiva si no se solucionaba el conflicto.

En los salones porteños
Tras varios días de ideas y venidas, el 10 de febrero una delegación de salineros, dirigentes de la CGT piquense y de la santarroseña y algún representante de la Central se reunieron en Capital Federal con el ministro de Trabajo, Rubens San Sebastián, para pedirle la mediación ante la empresa. El funcionario no los recibió y delegó el caso a un funcionario de segunda línea.
Por la tarde, en el noveno piso del palacio del Ministerio de Trabajo, Kambich, Ongaro y dos salineros y los jefes de varios sindicatos encabezados por Suárez se entrevistaron con el director nacional de Delegaciones Regionales, Héctor Mamblona.
El 17 de febrero, los salineros y los cegetistas se reunieron finalmente con los representantes de la patronal en las oficinas del Ministerio de Trabajo. Una vez que Kambich, Ongaro y otros dos salineros ingresaron al salón Dorado y estuvieron ante la larga mesa en la que estaban sentados los funcionarios de Trabajo, dos directivos de la Cibasa y varios abogados de la patronal, una larga conversación cerró al mediodía el acuerdo resignando entre otras cosas el descabezamiento de los huelguistas y el pago sólo del 50 por ciento de los salarios caídos. Allí mismo se firmó el acuerdo.
Esa decisión generó, y generaría por décadas, una controversia de la forma en que se manejó la negociación con Cibasa y la responsabilidad de cada uno en el acuerdo final.
Ongaro dijo durante una entrevista cómo se consumó esa decisión en los pasillos del Ministerio: “En un cuarto intermedio, salieron todos del salón, hubo un aparte y Suárez puso el tono conciliador. ‘Piensen que esto lleva tanto tiempo y la gente quiere trabajar’, les dijo a los salineros. ‘Bueno, vamos a entregar algunas cabezas’, pensaron ellos”.

El acuerdo
¿Qué estipuló el arreglo? Se determinó mantener el valor de alquiler de las viviendas; se hicieron reajustes salariales; la empresa abonaría 60.000 pesos a cada uno de los trabajadores en concepto de compensación por los jornales caídos durante la huelga; y no reclamaría el pago de los alquileres no saldados durante esos cuatro meses. Sin embargo, la contraparte sería dolorosa para los huelguistas. Los trabajadores resignaban a sus líderes: Kambich, Ríos, Chiovinni, Aguilera, Fiala y Galante, quedaban cesantes y eran indemnizados. Los salineros también negociaron el despido de dos de los obreros pro-patronal.
Esa misma noche en Salinas Grandes, se hizo la última asamblea. “Hasta acá llegamos”, dijo Ongaro cuando llegó. La gente que había resistido casi cuatro meses, recibió la noticia de boca de Kambich; ya no se podía dar marcha atrás con el acuerdo firmado en la Capital. Hubo sentimientos y emociones encontrados entre los presentes, alegría por lo conseguido y la vuelta al trabajo; también llantos por el descabezamiento de los huelguistas.
Una cláusula no escrita fue que la CGT negoció con el gobierno provincial que los despedidos obtendrían trabajo en la administración pública provincial y una vivienda. Esta condición ayudaba a detener el conflicto y fue aceptada por Trapaglia.

Después de la tormenta
La evaluación y la percepción sobre el final de la huelga, y sus consecuencias fueron muy dispares según el protagonista y su posición en la lucha. Los entrevistados consideraron el arreglo desde un “buen acuerdo” a una “derrota” lisa y llana.
El entonces dirigente universitario José Mendizábal dijo: “Estuvimos con los obreros cuando les informaron y vimos a doscientos salineros como lloraban porque se habían quedado sin dirigentes. Fueron quebrados en los hechos porque los descabezaron”.
Los militantes de la nueva izquierda consideraron que los salineros terminaron firmando un “arreglo débil”, con relación a sus fuerzas no sólo por la lucha mantenida sino la combatividad demostrada.
Para los líderes salineros entrevistados, no quedó otra perspectiva ya que era imposible su vuelta a la planta, y resignaron sus puestos para que sus compañeros volvieran al trabajo. Para los sindicalistas de la CGT las consecuencias fueron beneficiosas ya que se pudo aplacar ese movimiento contestatario a su autoridad.

Lo que quedó
La huelga de Salinas Grandes jalonó la historia regional contemporánea por la significación del enfrentamiento de los obreros durante cuatro meses contra una empresa multinacional. La trascendencia quedó determinada en su prolongada extensión, la más larga de las huelgas en La Pampa, y una de las más extensas del país en ese momento.
A pesar de que los sectores de la nueva izquierda vivieron la conclusión de la huelga y su arreglo como un fracaso y un freno a las posibilidades de acción gremial y política, la herencia no fue menor. A partir de allí, la activación de sectores gremiales y estudiantiles fue in crescendo.

En la actualidad, sus actores recuerdan esos días de lucha con una mirada nostálgica sobre jornadas memorables de pasión y solidaridad popular. Para sus protagonistas, la fraternidad vivida en esos meses de conflicto entre los salineros y los militantes santarroseños fue una marca imborrable.
(La Arena)

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1 Comentario

  1. comment-avatar
    miguel17 octubre, 2011 - 21:09

    muy bueno sigan así los felicito. un anecdota pasábamos noches enteras tomando mate en Alberti mate va mate viene con Guillermo y el negro un abraso a esos pioneros………..