¡¡¡Feliz Cumple Guatraché!!!

Algo había que imantaba en este territorio pampeano para que los navegantes dispuestos a hacer camino al andar lo procuraran. Tal vez eso mismo, el deslinde de los dos mundos, la experiencia de una extraña excitación cuando se ingresaba a ese paisaje infinito, a percibir la fuerza de los vientos y a casi desaparecer en los remolinos terrosos que tantas veces ocultaban el sol.

Guatraché era toda una señal de la divisoria, comenzando por el nombre. Ni la inmigración gringa, ni las duras formas del trabajo sobre la tierra que los nuevos pobladores impusieron, ni las instituciones todavía escuálidas que fungían de Estado, ni las tantas agencias en que se multiplicó la acción humana, podían apagar por completo las voces antiguas que llegaban del desierto, sortilegios de las noches de luna o de aparecidos que a veces hacían luces en las alambradas. La modernidad secular tiene sus derrotas, ya se sabe, pero en Guatraché se imponían los ritmos progresivos. Desde la demografía hasta los símbolos más conspicuos de la cultura, se trataba de emular los sentidos reverberantes de la “civilización”. No importaba finalmente que los saldos demográficos no fueran notables puesto que no todos soportaban los desafíos, y en la coyuntura de mediados de los 40 la atracción de las grandes ciudades fue muy grande. Tal vez lo más destacable es que aunque se imponía la ley del egoísmo su gente se empecinaba en solidaridades. Estos textos muestran cuán vasto ha sido el arco de la saga humana en este pueblo pampeano al que no le faltaron organizaciones de bien común, cooperativas, mutuales, instituciones sin fines de lucro, aunque menudearan los puntos de inflexión, las transformaciones de propósitos y hasta la desaparición de los esfuerzos.
Los análisis permiten otear los conflictos y asomar a las tensiones que dividieron a sus pobladores, especialmente a raíz de los contextos inexorables vividos por la sociedad nacional, las evoluciones dramáticas de la política, y sobre todo las interrupciones del estado de derecho. La esfera pública, y especialmente el periodismo, son indagados a la luz de un doble foco, las circunstancias locales-regionales y la situación nacional.

La esfera económica, los diversos planos del trabajo resultan notablemente escudriñados. La vida cotidiana es también un logro de este libro, desde la práctica del fútbol – ya se sabe, un verdadero creador de identificaciones – hasta otras manifestaciones de la sociabilidad, la expansión y el entretenimiento. Pero debe repararse en la contribución de los análisis que nos permiten acceder a las y los agentes de la educación y la cultura. El magisterio Láinez – tal la ley que en 1905 posibilitó la decisiva contribución del Estado nacional para asegurar los beneficios de la educación -, fue una marca fundamental de una concepción y de una época, sin duda un logro de la modernidad que benefició a Guatraché. Si su acción pretendía superar los vestigios bárbaros – el legado del desierto -, lo hizo paradójicamente con una enorme fuerza inclusiva, con la convicción de un mandato que excedía los propósitos integradores del Estado. Esas maestras y maestros estaban identificados con un ideal social, se apegaron a sus comunidades y no pocos se dispusieron a representarlos, se arriesgaron y hasta fueron castigados, como ocurrió con mi padre. La asociación pampeana de maestros, surgida tempranamente, fue una cantera de identificaciones con las peripecias que padecían las familias de los alumnos, un reto que supo expandirse durante los años 1930 en la que se enfrentaron, además, posiciones progresistas y reaccionarias.

Guatraché, como es de imaginar, ha tenido a lo largo del siglo todo tipo de instituciones, desde las santas hasta las “non santas”. Así, este libro rescata tanto la acción religiosa católica como la más reciente incorporación del grupo mennonita, conjunto que ha diversificado a la población proveyéndole de un nuevo credo, al mismo tiempo que da cuenta de la prostitución legalizada hasta 1936. Esta última fue una manifestación de la doble moral patriarcal cuyos varones prorrogaban para sí lo que les era impedido a sus mujeres. Los jóvenes de Guatraché aprendían a lidiar con las artes del sexo en esa “casa rosada” cuyas habitantes tal vez fueran más impolutas que quienes dominaban en la homónima, asiento del poder gubernamental.

Prologo de Dora Barrancos del Libro del Centenario de Guatraché

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