Lo que más le gusta son las historias, sus detalles y la singularidad de cada persona. Es un periodista apasionado, tanto en gráfica como cuando se desenvuelve en televisión o en un programa de radio.
MARIO VEGA
Alborotado, hiperactivo, bullicioso… talentoso e irreverente. Todo eso junto en una misma persona podría considerarse demasiado. Pero es el caso de este periodista… y ahora actor. Creo que cuando de buscar historias se trata, Lautaro Bentivegna (38) es mandado a hacer, porque es alguien a quien le gusta hurgar en la singularidad de las personas.
Este “ciudadano” de Guatraché (aunque haya nacido en Bahía Blanca) es sin dudas y al cabo un hallazgo entre los nuevos periodistas de nuestro medio.
Es el primer hijo de la saga de tres varones del matrimonio que conforman Silvia Dayup y Basilio Bentivegna, ambos jubilados como docentes, y que supieron trabajar juntos en la Escuela Especial Nº 11 de su pueblo.
De Bahía a Córdoba.
“Mi hermano Laureano (34) es profesor de Educación Física y bailarín y vive en Buenos Aires; y Salvador (23) también es profe en Guatraché y los dos trabajan en gimnasios. Yo hice la primaria en la escuela Nº 113 y el secundario en el Instituto Juan Bautista Alberdi. En 2005 fui a estudiar Abogacía a Bahía Blanca pero no me gustó, ni la carrera ni la ciudad; así que al año siguiente cambié: fui a Córdoba y empecé Comunicación Social. Cuando terminé en 2012 volví a La Pampa, pero a Santa Rosa, para cubrir el período de vacaciones en el diario La Arena. Y acá estoy”, dice. Lautaro, un poco nostalgioso, recorre semblanzas de momentos y travesuras y, de alguna manera, va desnudando su personalidad. Y –esto sin ninguna intención de hacerme el psicólogo-, deja en claro de quién se trata, qué piensa y qué espera de la vida.
Algunos chispazos.
Debo decir que tuvimos nuestros encontronazos con Lautaro. Un poco porque él es impetuoso, irreverente como se confiesa (y no está mal que lo sea porque no hay necesidad de reverencias a nadie), y no tiene problemas en plantear la discusión. Y sinceramente, yo tampoco…
Pero lo bueno es que esos chispazos quedaron solo en eso, y él sabe que aprecio su franqueza y espontaneidad. Y sobre todo admiro su talento periodístico… algo que me encanta y que valoro especialmente. En él y otros y otras que jerarquizan esta profesión hermosa.
Peronista, de Boca y de Pampero.
Como quedó dicho le gusta contar historias y no tiene problemas en abordar la suya: “Desde muy chico me vinculé con gente adulta y hablaba mucho, era sociable. Me acuerdo patente de tantas cosas… tengo presente que de muy chiquito viajé con mis padres y cuatro amigos a Viña del Mar, cruzando la cordillera en una camioneta Peugeot 404 que se caía a pedazos. Fueron mis primeras vacaciones. A los 3 años ya sabía de memoria unos versos del Martín Fierro, que mi abuelo me hacía recitar sobre el mostrador de un bar. A cambio, Manuel Berg, el dueño, me daba una Coca-Cola de vidrio”.
Se remonta a su querido Guatraché y sigue: “Mi abuelo Héctor, el papá de mi mamá (despensero y técnico de fútbol), se encargó de lo importante: ¡Todos somos peronistas, de Boca y de Pampero!”, sostiene no sin orgullo.
Frente al televisor.
Se recuerda de niño, de ese tiempo en que su madre se cansó de comprarle juguetes que él destrozaba: “Quería saber qué tenían adentro. A la noche mirábamos juntos las novelas: nos metíamos en la cama y en un televisor 14 pulgadas veíamos La Banda del Golden Rocket, Amigos son los amigos, Grande Pá, Mi Cuñado… Un ritual que se extendió hasta que me fui de casa, pero antes vimos Campeones, Resistiré, Primicias y Padre Coraje; y es verdad que en mi adolescencia también consumí Chiquititas, Cebollitas, las películas de Disney y toda la droga refinada por Cris Morena”, ahora en tono más crítico.
Periodista o detective.
Lautaro tenía nada más que 4 años cuando “un tío abuelo me anticipó que yo iba a ser periodista o detective. La historia es que mi tío tenía un perro que se llamaba Milú y que llevaba varios días desaparecido… Una mañana me preguntó si lo había visto y le dije que sí,haciéndole un relato detallado del perro y el momento en que lo había cruzado. Mi tío me subió a su camioneta y recorrimos el pueblo lentamente… parecíamos vendedores ambulantes, pero escudriñábamos todo, y antes que cayera la tarde dimos con Milú, un fox terrier bastante incordioso. Ahí fue que el hombre dijo eso de qué podría ser yo en el futuro… y no le erró”, se sonríe.
Un chico inquieto.
Los fines de semana su madre lo dejaba en casa de sus amigas o de las madres de sus amigas, y entonces Lautaro pasaba a ser “una especie de juguete o el ensayo de sus futuras maternidades”.
Era precoz, al punto que ingresó a la primaria “sabiendo leer y escribir”, con lo que obviamente en primer grado se aburría mucho: “La maestra me odiaba”, comenta. “En el aula éramos pocos, alrededor de 12, mitad varones, mitad nenas, algunos de familias pudientes pero también de familias bastante humildes”, recuerda. Cuando llegaba a Guatraché, de tanto en tanto, alguna familia gitana, o un circo, la matrícula se agrandaba un poco”, precisa.
La maestra favorita.
Guarda un hermosa impresión de Alicia Schenkel. “Mi favorita… una mujer muy flaca, que también había sido maestra de mi madre. Alicia era como una niña, quizás hasta pesaba lo mismo que nosotros… mostraba un lunar en una mejilla y como no tenía hijos a veces nos invitaba a tomar mates a su casa y jugábamos en el patio. Hace mucho que no la veo…”, dice con cierta nostalgia.
Futbolista frustrado.
Sobre aquellos tiempos en ese Guatraché que ama también se acercó al fútbol. “Fui siempre malo, y aunque me hubiera encantado tener habilidades con los pies no se dio. Hasta hice inferiores en el Club Atlético Pampero, pero casi siempre me tocaba ir al banco. Pero igual, creo que tenía 6 ó 7 años cuando jugué en Huracán”. Casi un pecado en un pueblo, aunque se lo puede justificar porque era apenas un niño.
Lautaro, el cholulo.
Durante los ‘90 la familia en los veranos partía para la playa. “Fueron muchas temporadas yendo a Mar del Plata, y estaba bueno… ni bien entrábamos a la ciudad mamá proponía un juego: “El primero que ve a un famoso tiene premio”, nos decía.
Evoca con alegría esos momentos: “Después de la playa nos bañábamos y salíamos a ‘cazar’ esos famosos que sólo veíamos por televisión. Esperábamos a la salida de los teatros pero no pedíamos autógrafos ni nos sacábamos fotos… solamente los abrazábamos, tirábamos algún elogio así nomás y nos íbamos. Después en el pueblo comentábamos que habíamos visto a Carlín Calvo, Soledad Silveyra, Tristán y Miguel Ángel Cherutti… Esos fueron mis mejores famosos”.
Un desenfadado.
Ya entonces, bien de pibe, se veía que Lautaro iba a ser –ya lo era en versión pequeña- un verdadero personaje. ¡Cuántas cosas hizo llevado por su curiosidad, sus ganas de saber y no quedarse con las ganas apelando a ese desenfado que es casi su marca registrada.
Y después hace una enumeración de varias cosas: “Tomé la comunión y la confirmación; escribí una poesía y me dieron un premio; bailé folklore y competí en un certamen de malambo. También viajé dos veces a los Juegos Deportivos Pampeanos en Santa Rosa para competir en Voley; y una vez a los Juegos Evita en Mar del Plata donde jugué hándbol… Y reconozco: nunca salí primero, en nada”, larga la carcajada.
Primeras salidas.
Su gracia, su chispa y cierta osadía que lo caracterizan lo llevó a ser también un poco atrevido en ciertas circunstancias. “A los 12 besé por primera vez a una chica. Teníamos la misma edad y a ella le faltaba un diente…”, recuerda, como si ese hubiera sido el detalle más saliente de ese momento que debió ser significativo.
Eran tiempos de las primeras salidas, matizadas con travesuras que en cierto modo llegaron a ponerlo en alguna situación de riesgo. Y confiesa: “A los 14 salí por primera vez al boliche, y a los 15 años pasó algo que pudo ser terrible: con unos amigos robamos un auto y casi volcamos… Tenía 16 cuando me puse de novio y duré algunos años así… fue al mismo tiempo que formé parte de una banda de rock donde tocaba la guitarra”.
El periodista.
Hoy Lautaro Bentivegna se desempeña como conductor de CPE Noticias, el informativo que por la noche se pone al aire en el canal cooperativo. Pero antes, apenas llegado a Santa Rosa, hizo periodismo vinculado a la Redacción de La Arena. Pronto se ganó un lugar importante por su predisposición, su talento y sobre todo por ese espíritu inquieto que lo lleva a ver la noticia o el dato curioso donde no todos lo advierten.
Escribe bien, pregunta mejor y su curiosidad innata lo lleva a ser un periodista de los buenos. Es lo que pienso y en lo que coinciden muchas otras personas del ambiente.
En Córdoba.
En Córdoba trabajó en “Será Justicia” -periódico de H.I.J.O.S y Familiares de Detenidos y Desaparecidos por la Dictadura- que cubría los juicios por delitos de Lesa Humanidad. “Ahí publiqué mis primeras notas de mil caracteres; y antes había escrito en una revista de la Facultad, y en otra que habíamos armado con unos amigos que duró sólo cuatro números y que armamos con unos amigos. Una vez me tocó ahí hacerle una entrevista al payaso Piñón Fijo”, dice no sé si ufanándose o en tono sarcástico burlándose de sí mismo.
Y no entiendo por qué… si lo cierto es que solemos hacerles notas a tantos “piñones fijos”. ¿O no es así?
En Santa Rosa.
Ya más canchero en Santa Rosa, más adaptado a una ciudad que debió aprender a conocer, se vinculó al mundo de la televisión. Primero participando de un programa en Canal 3 que se llamaba “Sobre Tablas”, referido a la actividad legislativa; y luego ingresando al canal de la CPE Santa Rosa, donde hoy conduce el informativo, además de hacer algo de radio en Kermes.
Lautaro, el actor.
Sorprendió en las últimas semanas cuando, en la Fiesta Provincial del Teatro presentó con buen suceso su obra “El Arrimado”. Y tuvo trascendencia que varios de quienes fuimos sus compañeros en La Arena no pudimos conseguir entradas para verla. Por eso, Lautaro, tal vez debieras llevar adelante un “avant première” exclusivo para periodistas. ¿Por que no?
La juega de humilde diciendo que “lo que hago en ‘El Arrimado’ no es más que contar una historia real, construida como una crónica, pero de manera oral. No me considero actor, ni sé si quiero serlo. Pero la verdad es que en el teatro encontré, me parece, la forma de potenciar lo que quiero contar”.
La maestra de teatro.
Por supuesto le da el crédito que merece a Edith Gazzaniga. “Lo que sé de teatro se lo debo a ella… me compartió algunas técnicas y el coraje para subir al escenario, y al final las repercusiones fueron buenas, que sé yo… Hicimos funciones en Santa Rosa, Bariloche, Santa Teresa y Guatraché y realmente la pasamos muy bien, que considero es lo importante. Siempre intentando mejorar en un constante aprendizaje”, evalúa.
Lautaro en tono crítico admite no obstante que “algunas presentaciones fueron un desastre, pero como en el periodismo, el teatro también ofrece una revancha en la próxima función. Ojalá podamos seguir contando historias…”, se entusiasma el guionista y actor del unipersonal.
Menos garcas.
Desde lo político, refiriéndose a la actualidad del país, el periodista tiene por supuesto duros reproches a la gestión libertaria, y lo dice. “Espero que este gobierno termine y que no muera nadie… que la gente coma, goce y sea feliz. Y que los garcas no sean tantos y seamos capaces de garantizar la dignidad de todos. Que nos cuidemos de verdad y que la vida se imponga siempre sobre la oscuridad… Porque no se puede ser feliz en soledad”, sostiene. “Parezco un cura…”, dice de sí mismo, divertido, después de expresar esa homilía.
Talentoso y sensible.
“¿De la ciudad y la provincia? La verdad es que no espero nada porque han sido muy generosas conmigo. El pueblo (Guatraché) está donde siempre estuvo y cuando lo necesito vuelvo”. Y es así porque allá quedan buena parte de sus afectos, y esos recuerdos imborrables de la infancia y la adolescencia que pudo disfrutar a pleno… sin quedarse con las ganas absolutamente de nada.
Lautaro Bentivegna, el periodista que vino de Guatraché. El muchacho talentoso y sensible que es capaz de conmoverse con las cosas más simples… aunque siga siendo un sempiterno irreverente… En el final se define: “Creo que soy periodista porque me gusta contar historias, me gusta escucharlas y me encanta ver cómo las personas se transforman después de ver una película, una obra de teatro o escuchar una buena anécdota…”.
Lautaro, “un curioso” como se define. El chico de Guatraché que tenía ese designio: ser periodista o detective… y ya se sabe qué fue lo qué eligió.
Escuela de periodismo.
Lautaro Bentivegna rememora que llegó de regreso a La Pampa alentado por Jorge Navarro, periodista cordobés que aquí trabajó en diversos medios y que después se vinculó a la política acompañando a Pablo Fernández.
“Fue Jorge -que estaba a cargo de Servicios de Radio y Televisión de la Universidad Nacional de Córdoba- quien me dijo que si venía a Santa Rosa tenía que hacerlo a La Arena que iba a aprender a hacer periodismo. Un día me llamó Claudio Dezeo, que trabajaba en el diario (tiene familiares en Guatraché) y me dijo que viniera. Hablé con Leo (Santesteban) y empecé”.
Admite que “volver a La Pampa fue duro al principio. No conocía a nadie y nadie me daba bola. Santa Rosa era para mí una ciudad nueva y desconocida, y yo era un poco irreverente, por no decir pelotudo…”, indica con espontaneidad y una sonrisa que parece querer decir algo así que “bueno… disculpas, al cabo todos tenemos momentos así”.
“Acá me encontré con una escuela de periodismo. Creo que casi todo lo que sé del oficio lo aprendí en La Arena y de los compañeros que me soportaron durante 5 años, y que no nombro para no quedar mal con alguno. Y después seguí aprendiendo en Kermés y en CPE Tv. Porque la verdad, hay mucha gente valiosa en todos los medios”, concluye.
Fuente La Arena