Historias: El día que Alfredo Ramos ¿le sacó el invicto? al Zorro.


“Montando al Zorro”: La historia del Zorro, gran leyenda de las jineteadas, realización de Juan Ignacio Dominguez y música original de Raúl Fernandez.

Desde el año pasado se puede ver en cines y DVD la película que resurge el mito del invencible caballo de Micaela Cascallares, que supo tener un invicto de más de 100 montas y una trayectoria que llegó a más de siete provincias, en donde bajó a los más afamados jinetes entre ellos Alfredo Ramos, aunque existen diferentes versiones sobre lo que ocurrió el día en que el guatrachense montó al tordillo invicto hasta ese momento. No son pocos los que insisten que Ramos fue el único jinete que le sacó el invicto al mejor caballo argentino de la historia de jineteadas.

NOTA PUBLICADA EN EL PERIODISTA DE TRES ARROYOS EN EL AÑO 2000.

La leyenda de “El Zorro” – EL “MEJOR TORDILLO DE LA HISTORIA” PASA TRANQUILO SU VEJEZ EN EL CAMPO
El gran caballo de las jineteadas envejece tranquilo en un campo de Cascallares. Tiene 28 años, andar cansino, le faltan los dientes y evidencia, producto de los golpes de la carrera, alguna dificultad en el tranco. Está todo blanco, con el cuerpo cubierto de canas, pero aún se muestra con estampa de invencible, la que justifica con números que apabullan. Al cabo de 158 domas no hubo un solo jinete que pudiera permanecer sobre su lomo; en los 82.067 kilómetros que recorrió por siete provincias, incluida la de Buenos Aires, ningún montador fue capaz de someterlo. “El Zorro”, el mejor flete de todos los tiempos, a quién ahora llaman cariñosamente “El Abuelo”, aguarda gallardo, valiente, la llegada de la muerte, único jinete ante el que se rendirá. Pero cuando se vaya quedará su leyenda, aquella que lo acredita como “el mejor tordillo de la historia”. La evocación de “El Periodista”.

Oscura jornada de invierno.
A
lrededor del mediodía salimos para un campo que queda “pasando Cascallares”, según la explicación que me dio Hugo Lelouche, fotógrafo de “El Periodista”, quien tenía a su cargo la conducción del vehículo con el que llegaríamos hasta la “chacra” de Omar Passarotti, el “Negro”, que pasó a la fama por ser propietario del caballo más importante de la historia de las jineteadas, el “Zorro”, quien acaba de cumplir 28 años, una edad que en humanos representa más o menos 112, y se ha convertido en una leyenda viviente. Nos acompaña Mario Ferreti, fotógrafo especialista en domas, conocido de Passarotti y el nexo para la entrevista.
Llegados al lugar, después de un complicado viaje por el barro que se había formado tras las lluvias de junio, que dificultó y por momentos hizo peligrar la marcha del vehículo, nos recibió en el campo el mismo Passarotti. “Andan rompiendo el camino”, abrió el fuego, medio en broma, medio en serio.
Adentro de la casa, al lado de un hogar que calienta la cocina, un matrimonio visita a los dueños del campo. En la pared, decenas de fotos del “Zorro” en distintas jineteadas, acompañadas de versos en su homenaje. También hay de otros caballos destacados de la tropilla de Passarotti, apodada “Los tigres de la llanura”, pero del que más hay es del tordillo oscuro que nació de una yegua del finado Bordaliza, en ese mismo establecimiento, un 12 de marzo de 1972.
“Pensamos que ‘El Zorro’ era un tonto. Lo atamos para palanquearlo y, como no se asentaba ni nada, lo hicimos enganchar con espuelas para que se avivara. Y ahí se avivó de más y fue, como hasta ahora, un indomable”, refiere Passarotti, sentado en la cocina, al calor del hogar a leña, mientras circula el mate entre el matrimonio amigo y los componentes del equipo de este periódico.

Comienza la carrera
T
enía dos años y medio, casi tres, cuando intentaron subirlo por primera vez. Al poco tiempo ya haría su presencia en los campos de doma. Primero lo echaron a “las clinas”, experiencia que repitió en cinco oportunidades, hasta que en 1975 debutó con los bastos, montado por Hugo Campos, de Tres Arroyos. Ahí comenzaría a ser reconocido, un reconocimiento que la misma gente le tributó, hasta que comenzaron a reservarlo para la final y, cuando ya nadie quería subirlo en contiendas decisivas, se transformó en exclusivo “premio especial” y el desafío de todo jinete que se precie de tal, no sólo por la hazaña que ello significaba, sino también por las abultadas recompensas que se ponían en juego cada vez que el cartel anunciaba la presencia del “Zorro”.
Durante 19 años fue “reservado premio especial”. Al cabo de casi dos décadas, según Passarotti, mantuvo el invicto. En 157 jineteadas nadie pudo con el caballo nacido en “La Susana” de Cascallares. En ese tiempo el flete recorrió 82.067 kilómetros por siete provincias argentinas, incluida Buenos Aires. “Al ‘Zorro’ nunca vinieron a montarlo a la casa de él, sino que fue el ‘Zorro’ a la casa de los montadores”, se ufana el tordillero de su caballo.
El debut como “reservado premio especial” lo hizo con un gran jinete, “Tucuta” Schan. El de San Manuel, reconocido hombre de doma, no aguantó la fuerza del animal, sus 640 kilogramos de músculo y en el segundo salto ya estaba volando hacia arriba, por el aire como a cinco metros, para caer sentado y perder hasta los tacos de la bota. Al desafío, con el correr de los años, se sumaron montadores de la talla de Ismael Santamaría, “Chito” Maldonado, Luis Romero y hasta el “Coti” Iparraguirre, porfiado si los hay, que lo subió tres veces y en la última “salió dando rulos por el aire”.

La vez que ¿perdió el invicto?
P
ero nadie pudo sostenerse en su lomo, salvo en una discutible ocasión en la que, según Passarotti, “voltearon el caballo a propósito” y en su criterio de ningún modo puede considerarse que ganó el jinete. “El caballo se cayó, porque cuando Alfredo Ramos estaba arriba, lo volteó. Las fotos muestran cómo se le echó al cogote para que no lo apriete el caballo. Entonces lo volteó, porque si se cae el caballo lo aplasta con todo el cuerpo”, rememora indignado Passarotti la doma de Santa Rosa, en La Pampa, donde para algunos el “Zorro” perdió el invicto, afirmación que es desmentida por su dueño.
Lo real es que, en aquella disputa, el caballo resultó seriamente herido. “Se abrió, quiso levantar las manos y ya no pudo, así que me abalancé sobre el jinete para apartarlo del caballo. Después todos venían a pedirme la revancha. ¿Y si lo habían andado, para que querían una revancha?”, se pregunta el tordillero, el padre, el amigo del “Zorro”.
Las heridas demandaron una compleja operación que se extendió a lo largo de seis horas en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Nacional de La Plata. La recuperación alejó durante un año al “Zorro” de los campos de doma. Recién operado, en el traslado desde la capital provincial hasta el campo de Cascallares, el “Zorro” viajó parado los 500 kilómetros, anécdota que pinta de cuerpo entero la clase, estirpe y coraje del animal.
Cuando retornó, al año, fue nuevamente Ramos el contrincante. Y vaya uno a saber si es porque quiso demostrar algo, el “Zorro” se negó a la doma y ni siquiera galopó. Quince días después, en Médanos, ante la monta de Luis Romero, el tordillo se volvió a mostrar en su plenitud. En el quinto salto “revoleó” a quien osó sentarse sobre él y la gente lloró al verlo de vuelta. “Después de la operación los bajó a todos, aún viejo. Los mejores jinetes no lo aguantaron”.
Si el “tordillo de la historia”, como lo bautizaron en un verso, tenía una característica, esa era su baquía y fuerza. “Movía, los llamaba con las riendas, les aflojaba, les pegaba un ancazo y pasaban de largo”, describe Passarotti la destreza del animal.

Aristegui, muerte y revancha
El 11 de setiembre de 1983, en Tres Arroyos, una doma que pintaba para fiesta, con el “Zorro” como protagonista principal, se transformó en triste experiencia. Aún hoy se recuerda amargamente aquella tarde en que perdió la vida quién intentó montarlo, el tandilense Carlos Aristegui.
Cuenta Passarotti, que siempre siguió las domas de su caballo parado al lado del palenque, que Aristegui, jugado, dijo antes de subir al animal: “a este caballo lo ando o me mata”. El hombre parecía no aceptar intermedios y, en terreno peligroso, se jugaba al todo o nada, se había llegado a Tres Arroyos para “jinetear o morir”.
El montador pidió al apadrinador unos 80 metros y, en esa distancia, cuando éstos llegaron en su auxilio, ya estaba muerto. “No lo mató el caballo, él se mató en el caballo, que es muy distinto”, razona Passarotti. En el segundo salto el “Zorro” le quitó las riendas, quebrándosele una pierna, al siguiente salto impactó con su cabeza en el pecho de Aristegui, al que no le zafaron los estribos y quedó enganchado en la espuela, de la que no corrió la rodaja, siendo arrastrado en la carrera. “La familia mandó cartas pidiendo disculpas por si habían dicho alguna cosa de más, lo que muestra que no éramos nosotros los culpables”.
Lo cierto es que al poco tiempo, el hermano del difunto, Jorge Aristegui, pidió la “revancha”. En realidad, según Passarotti, cuando se llegó hasta el campo para solicitar domarlo, no habló de ninguna revancha. El dueño del “Zorro” dudó en aceptar el desafío, intuía problemas, pero finalmente dijo que sí.
La doma fue en Necochea, ante 25.000 personas, muchas de las cuáles estaban mal predispuestas contra el animal al que habían promocionado, creando un peligroso resquemor entre algunos de los asistentes, como “el caballo asesino”.
Passarotti revive aquella doma: “Les encerré el caballo para que vean el estado, las clinas que tenía, los bozales que lo ataban. Aristegui había dicho que, con un tiento del cogote, lo montaba de las clinas. Pero cuando llegué a Necochea tenía como 10 guardaespaldas -con cuchillos como asador-, y lo montaron con un ramplón, con la soga entre las paletas. La mano blanca se le ponía a Aristegui de tanto que lo apretaba. El caballo estaba como ahorcado. También le echaron algo en el lomo, hasta que le penetró. No sé que, un líquido. La mancha en el lomo le duró como 45 días y el caballo hasta perdió el penacho”. En la ocasión hubo intentos de agresión contra el tordillo, pero afortunadamente no prosperaron y todo quedó en simple jineteada.

Se precipita el retiro
E
n el año 1997, una lesión en la mano del caballo, precipitó el retiro del “Zorro” de los campos de doma. En San Cristóbal, Santa Fe, Miguel Ordina, campeón de Jesús María, lo hizo golpear contra el palo y, aunque lo bajó, quedó manco. “Los veterinarios no lo pudieron acomodar, le quedó la mano medio arqueada”.
Así, manco y todo, el 13 de abril de ese año, en Bragado, el “Zorro” daba por concluida su carrera. Lo montó Rufino Montiel, que también se despedía y, por supuesto, no pudo con el caballo.
Fiel a su historia, sumando elementos a la leyenda, el “Zorro” se retiraba invicto, indomable, para ahora sí, envejecer tranquilo en el campo de Passarotti.
Después de la charla, por fin pude verlo, ahora personalmente y no en fotografías. Passarotti fue a buscarlo y lo trajo hasta nosotros. A solo un metro, lo miré a los ojos y me respondió la mirada. Su dueño había dicho que el caballo, con sólo verla, distinguía a la gente buena de la mala y, la verdad, quería sacarme la duda. Le ofrecí una caricia y aceptó, aunque desconfiando.
De frente al pequeño grupo que lo observaba, mientras se producía la sesión fotográfica que ilustra esta nota, el caballo recordó con su presencia que él no se dejó vencer, que nadie pudo doblegarlo, que no aceptó que ningún jinete se le posara sobre el lomo, porque nadie es su dueño, sino que es él amo y señor de si mismo.
Hoy está ahí, sin dientes, rondando por los potreros cercanos a la casa, con el pelo blanco. En la chacra ya no le dicen el “Zorro”, sino el “Abuelo”.
Cada día, cuando se acerca para comer su ración de trigo y avena, Passarotti le habla. El hombre, que no tiene esposa ni hijos, como es de suponer, guarda un entrañable amor por su gran caballo, el “Zorro”, el mejor de todos los tiempos, que aguarda gallardo, valiente, la llegada de la muerte, único jinete ante el que se rendirá. Pero cuando el “Zorro” se vaya, quedará su leyenda, aquella que justificadamente lo ubica como “el mejor tordillo de la historia”.

El Zorro fue así, un grande, se llevaba el respeto de todos cuando anunciaban su presencia en los campos de jineteada… Él siempre expectante, observador, tenaz, indomable… Murió en el año 1999  a los 28 años, fue tordillo negro y el tiempo lo cubrió de blanco… Recorrió 9 provincias, 157 montas invictas, pesaba 620kgs, llegó a convocar a 40 mil personas… Fue y será el mejor caballo de todos los tiempos.

Un verso al Jinete de Guatraché

Domingo siete de octubre…
mil novecientos noventa,
un cielo de agua y tormenta
a toda la Pampa cubre…
El paisanaje descubre,
q’hay un fiestón soberano,
allí estuve yo paisano
con mis versos en desbande,
pa’ver la hazaña más grande,
de un gran jinete pampeano…

Llegó “el Zorro”, un reservau…
terror, pa’muchos jinetes,
porque en verdad, ciento siete,
de su lomo había bajau…
luciendo muy buen “estau”
imponente… soberano…
abra pensau el “baquiano”,
acostumbrau a bajar…
-este me puede durar-,
como un suspiro en la mano…

Pero allí, estaba Alfredito
Ramos, jinete tamaño…
que al “Perejil” veinte años,
q’en clinas andaba invicto…
lo anduvo a telero y grito,
inamovible en la cruz,
y Dios le acercaba luz,
cuando le hincó nazarena…
al “Silencio” de Anzorena,
y al “Rubio” de Santa Cruz…

Y por la lluvia caída,
se temía por el jinete…
-no sea cosa que lo aprete,
en una de esas benidas-,
sabiendo q’en la salida,
se alza muy fiero el bagual,
y, en día de temporal,
y con el suelo barroso…
capaz que por muy “goloso”
se cayera el animal…

Llegó el “clásico” paseo,
cuando el animal traían…
y la gente lo aplaudía
como a ningún otro, creo,
después de breve vareo
en el palenque quedó…
Alfredo, lo contempló…
pensando con gesto adusto,
-te voy a meter un susto…
como nadie te metió-,

y… allí, estaba el pingo “malo”…
de meritoria valía,
demostrando que sabía,
ser educao en el palo…
y sobre del campo ralo
que con mi vista recorro,
oigo que se hace un ahorro,
de voces, porque se callan…
presintiendo la batalla
de Alfredo Ramos y el “Zorro”.

La suerte que le deseamos,
yo en versos, la trasmitía,
y a cada rato decía:…
-¡”Vamos, Alfredito, vamos”!…
y escuchaba, Alfredo Ramos,
mis versos desde el mangrullo…
y el pueblo, pa’l q’es orgullo,
le aumentaba su coraje…
-si hasta los pumas salvajes
bramaban adentro suyo…

Pasaroti – el propietario-,
del “Zorro”, paisanamente…
le acariciaba la frente,
al bagaul extraordinario,
mucha suerte, al adversario…
como gaucho, le desea,
y el hombre q’en su tarea,
oficia de “largador”…
le desprendió el “atador”,
y comenzó la pelea…

Al prenderlo en los “pigüelos”
de que lo ande me esperanzo…
y dio el bruto un abalanzo,
como pa’morder el cielo…
se zambulle en un revuelo
doctau de una fuerza loca,
y allí, con el hombre choca,
al alzarse en un “botazo”…
y le pegó un cabezaso,
que le hizo sangrar la boca…

Pero el hombre no aflojaba…
-fue histórico ese domingo-,
más bellaqueaba ese pingo,
más el hombre se afirmaba,
en las riendas lo buscaba
desesperado -quizaz-,
le “martillaba” al compaz
de su brutal maestría…
pero Alfredo, presentía,
que no lo bajaba más.

Once segundos, llevaban…
peleando a brazo partido,
y el público conmovido,
sus voces multiplicaban…
-“¡Vamos, Alfredo!”, gritaban,
y yo me quedé sin voz…
traz un abalanzo atroz,
del hasta entonces invicto,
que se dio vuelta enterito…
cayendo al suelo los dos…

Tan fuerte el golpe se oyó,
al caer pesadamente…
que pensó toda la gente,
“A’lfredo, lo reventó”,
hay, quien dijo, -“lo quebró”-,
sobre la cancha barrosa.
Quien más quien menos, solloza,
cosas raras de este mundo,
de q’en un solo segundo,
se piensen miles de cosas…

Y se paró el “Zorro” cruel…
con aturdida fiereza,
pa’llevarse la sorpresa,
que Alfredo, estaba sobr’él…
ya ciñiéndose el laurel,
de temerario y capaz…
pero el bruto montaraz,
por su instinto de villano…
alzó tres veces las manos,
pero ya no quería más…

Y se detuvo ahí nomás,
el bellaquear de aquél potro…
si el dueño fuera algún otro
se lo asustaba de atraz…
pero no, muy eficaz,
así, como le detallo,
atropelló como un rayo,
como el pampero arremete,
para sacar al jinete
y sentarlo en su caballo.

La emoción…-un solo idioma-,
todos querían, tocarlo,
felicitarlo… abrazarlo…
dentro del campo de doma,
La Pampa le dio el diploma,
a su audacia y valentía,
Alfredo ya no reía…
rompió en un llanto ejemplar…
-¡Qué lindo, q’es ver llorar,
si se llora de alegría…

Y, me bajé del mangrullo,
sin palabras… sin aliento…
pa’trenzar mi sentimiento,
con todo el coraje suyo,
y en un varonil arrullo,
dije, -“qué grande que sos”-
y al darle gracias a Dios
por todo lo que abía echo…
lloramos pecho con pecho,
un rato largo los dos…

Y sobre el tiempo regresa…
la frase esculpida en bronce,
que hay que recordar entonces
del viejo, Julio Cabezas
que opinó, con la certeza…
de su cencia campecina
esta verdad cristalina,
que retumba como un grito…
“no hay pingo que muera invicto…
en nuestra Patria Argentina”.

Y “el Toto” Ramos, q’es tío
de Alfredo, en medio del quebranto,
pretendía evitar q’el llanto,
lo desborde como un río…
y al estar al lado mío
del jinete, la mama…
dijo “el Toto” – calcula-
en un gracioso contraste…
-“pavada e cría te echaste,
“Maruca” vieja nomás”…

El público espectador…
aplaudía conmovido,
a un honorable vencido
y al gallardo vencedor…
q’envuelto en llanto y sudor
más allá de la disputa,
logró la gloria absoluta,
q’es para el gaucho grandeza…
hacer triunfar la destreza,
por sobre la fuerza bruta…

Salió, el sol por un momento,
antes de ir a esconderse,
tal vez para no perderse
tamaño acontecimiento,
Alfredo Ramos, contento,
con todo el mundo se besa…
al sol le agarró pereza,
y, como ya no llovía…
el arco iris salía,
dando marco a su grandeza…

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1 Comentario

  1. comment-avatar
    Tuny13 diciembre, 2011 - 22:57

    muy bueno sigan así los felicito. un anecdota pasábamos noches enteras tomando mate en Alberti mate va mate viene con Guillermo y el negro un abraso a esos pioneros………..