Norberto G. Asquini
Las elecciones de 2015 tienen como horizonte un tiempo de cambio. En el PJ y la oposición, mantener el poder o disputarlo, lleva a adoptar estrategias en las que el pragmatismo es la ideología imperante, que van desde el desdoblamiento a las alianzas sin contenido.
¿Hay un “fin de ciclo” en la política argentina con la salida de CFK de la presidencia? Algunos agitan esta interpretación, que solo se basa en los deseos de quienes así lo quieren y en sus expectativas de incidir en el curso de los acontecimientos posteriores. Para otros, en 2015 el kirchnerismo, como parte del peronismo, no desaparecerá como quisieran muchos, y hasta podría continuar si coloca a uno de sus delfines en la Casa Rosada -y por ahora esto no parece una posibilidad, salvo que consideremos a Daniel Scioli como K-.
A pesar de ese abismo interpretativo, lo común a todos es que estamos ante tiempos de cambio: la presidenta debe dejar el cargo después de doce de vigencia del proyecto K, y trece gobernadores no tienen posibilidades de reelección, uno de ellos es el pampeano Oscar Mario Jorge.
Todo lo justifica.
Este escenario dispara desde expectativas hasta zozobras en sus protagonistas. El sociólogo Adam Przeworski define a la democracia como la “incertidumbre institucionalizada”, una combinación siempre tensa de previsibilidad y transformación en la que las elecciones funcionan como “mini revoluciones” programadas para introducir, cada tantos años, el cambio político. Y las de 2015 parecen, a priori, contener elementos traumáticos para el PJ en La Pampa.
El sistema político pampeano ha sido estable y sin giros abruptos en los últimos treinta y dos años, pero algunos analizan -desde la oposición- que es momento de alternancia por el agotamiento del oficialismo. También en el PJ se consideran las consecuencias que se pueden disparar para su hegemonía tanto desde un escenario nacional fragmentado hasta la confrontación interna que vive ese partido.
Cada vez que hay una etapa de cambio, están por un lado quienes quieren aferrarse al actual estado de cosas y los que apuestan a lo novedoso. En este marco, el pragmatismo parece ser la ideología de estos tiempos en los que se juega todo para los políticos: el poder. Si para la revolución brotaba de la boca del fusil, para la democracia el poder es el inapelable resultado de las urnas. Y cualquier acción se justifica con tal de obtenerlo o retenerlo.
Cálculo oficialista.
El desdoblamiento de las elecciones nacionales y provinciales parece ser casi un hecho en La Pampa. Ante la fragmentación nacional, el PJ pampeano apuesta a “provincializar” las votaciones para conservar el poder y quitarle posibilidades a otras fuerzas. Se oponen a esto quienes quieren dividir el voto peronista o quienes pretenden capitalizar el arrastre de sus candidatos nacionales.
Pero las reglas electorales las imponen quienes están en el poder y dependen del cálculo del oficialismo. Lo hizo hasta el gobierno nacional con las legislativas en 2009. En la última década, el gobierno nacional apeló a diferentes y novedosas prácticas electorales para mantenerse y fortalecerse en el poder: unificación de las legislativas nacionales en 2005, listas colectoras en 2007 y candidatos testimoniales en 2009.
La política cruda.
En La Pampa -salvo Carlos Verna en 2003, por una cuestión nacional- tanto Rubén Marín como Jorge tradicionalmente unificaron las elecciones para aprovechar el arrastre de los presidenciables del PJ o porque la fortaleza del oficialismo pampeano lo permitía. Ahora Marín dice que es mejor desacoplarlas. Esto no es una cuestión de falta de convicción o convencimiento, ni contradicción en su discurso anterior y actual. Es la cruda real politik, que no es buena ni mala en términos morales, solamente es. Marín sabe que el PJ debe mantener el poder. Y el camino seguro parece ser el desdoblamiento.
La Casa Rosada puede intentar presionar al gobernador Jorge para que acompañe sus listas con la unificación. Pero la lógica provincial, la que permite conservar el poder, es la que perdurará. Si a Jorge le conviene o no unificarlas, dependerá, finalmente, de sus intereses, tanto políticos como económicos.
Abroquelarse y pelear.
El peronismo ha sabido abroquelarse ante situaciones extremas. El bloque del poder tradicional del PJ pampeano puede encontrarse hoy inmerso en la confrontación de sectores en torno a un conductor, pero tiene acuerdos en temas sustantivos. Y uno de ellos es conservar el poder y el Estado peronista.
Por eso no extrañó la reunión de Jorge y Verna en Buenos Aires. Allí hablaron del desdoblamiento, que se tratará en el congreso provincial de la próxima semana. No del juicio político al ministro Jorge Varela por la paralización del Megaestadio. Pero también es indudable que de avanzar este proceso y tener un final condenatorio, no solo sería capitalizado por el vernismo, sino sobre todo por la oposición. Y el PJ no está en tiempos de debilitarse poniendo en tela de juicio no solo la gestión de un ministro actual sino también administraciones anteriores, como la de Verna. Cuando una sentencia en contra salpique, no lo hará con el gobierno actual, sino a todo el PJ.
Fenómenos pampeanos.
El voto no peronista siempre fue mayoritario en La Pampa. Su sumatoria es mayor a la conseguida por los candidatos a gobernador del PJ, aunque no se les pudiera ganar en más de tres décadas de democracia. Pero no siempre ha sido así y el justicialismo ha sobrepasado el 50 por ciento de los votos, aunque esta tendencia no se manifestó en la última década: en elecciones en las que a nivel nacional parecen ser tiempos de cambio (Néstor Ahuad en 1987 con Alfonsín en el poder, Marín en 1999 con la Alianza) el ciudadano apoya la permanencia y la gobernabilidad del peronismo. Este fenómeno se produce en momentos de verdaderas “revoluciones electorales”: en 1999 la Alianza ganó para presidente en La Pampa y sus listas locales se impusieron en 33 intendencias, todo un récord. Pero Marín retuvo la gobernación. ¿Ocurrirá lo mismo esta vez?
Disputas y coaliciones.
Las ideologías, en este marco electoral que muestra 2015, son secundarias para muchos dirigentes. Las diferencias ideológicas son una de las dimensiones de la política, pero no la única ya que hay otras, indica Torcuato Di Tella. Por eso, las alianzas, los frentes o las coaliciones que se están pensando en la oposición, son parte de la estrategia para sumar votos y ganarle a quien detenta el poder. No son instrumentos para disputar proyectos, como pretenden hacer creer los sofistas de la política local, sino que su único fin es ganar en las urnas.
En La Pampa, como dijimos, con un sistema político estable, el clivaje, la disputa central, se da entre el campo peronista y el no peronista. Hay dos identidades, pertenencias o referencias fuertes. Tercia siempre, electoralmente, con alguna posibilidad de avanzar institucionalmente pero efímera, una tercera fuerza nacida o apoyada por un justicialismo disidente. Esta polarización señalada se hace notar más en los pueblos, donde se es del PJ o se es radical. Entre ambos campos no hay cuestiones ideológicas profundas -habría más semejanzas que diferencias entre la cúpula peronista y radical, tal vez diferencias entre una democracia más populista y otra más republicana- ni de clase -más allá que uno sea más popular y otro esté anclado en la clase media-.
De ahí que una alianza entre la UCR y el PRO no sea tan lejana ni extraña en el campo no peronista. El radical Francisco Torroba la promueve casi a gritos, Mac Allister la va dejando decantar porque tiene la carta fuerte en la negociación. En algún punto los intereses de ambos se tocan: el pragmatismo, duro y crudo. Esta tendencia marcó otras alianzas locales y también lleva a idear otros experimentos: en el sur, el “massista” Pueblo Nuevo ofreció a la UCR de Jacinto Arauz, Bernasconi y General San Martín alianzas municipales para ganarle al PJ, que parece imbatible.
Dos argumentos.
El PJ está dividido y las elecciones de 2015 servirán, posiblemente, para darle más organicidad e imponer la hegemonía interna de algún sector que derribe el “empate” interno actual. Sobrevuela en esta etapa un argumento del vernismo que afirma que el único que puede lograr saldar esta cuestión, y retener el poder del PJ, es Verna, porque sería el único que podría imponerse en la próxima elección. De allí deriva que el resto debiera encuadrarse o sucumbir ante su figura.
Hay otro discurso en torno a Torroba, de dudoso contenido, que indica que la única manera de ganarle la UCR al PJ es solo aliándose con el PRO. Y quien se opone a esto, se opone a la posibilidad cierta y única de que el radicalismo llegue al poder por primera vez en la provincia. El pragmatismo llevado al extremo.
Ambos argumentos muestran un pragmatismo, que si al menos no es novedoso -Marín fue un “animal político” que supo conseguir, conservar y reproducir el poder por veinte años- se profundiza y sofistica cada vez más.